1 de septiembre 2014. Sao Pedro de Moel-Óbidos. 68 km.
Mañana dedicada a escribir. Dejo el pueblo a las 13 h camino de Nazaré a la que asciendo por su promontorio de vistas privilegiadas. Ayuda al marco visual el efecto Foënh. En el lado sur mar calmo y en el norte de este saliente donde se alza el mirador, un océano de olas cabreadas.
Me gusta preguntar a las gentes del lugar por el camino a seguir. Generalmente no conocen las distancias o la ubicación de algunas poblaciones cercanas. Así que finalmente me ayudo de mi instinto y cálculos experimentales, nada científicos. Al sur de Nazaré se abre la huerta. Me traslado a Murcia durante unos kilómetros, incluso la arquitectura de las viviendas se asemejan a las del Segura. Así llego a Óbidos, del que dicen ser el pueblo más bonito de Portugal. Aprovecho la luz de la tarde para fotografiar su castillo. Bacalao para la cena.
2 de septiembre 2014. Óbidos-Ericeira. 72 km.
Salgo a media mañana por subidas y bajadas, acompañado de un calor que comienza a protagonizar la ruta sureña, y escoltado de molinos de viento tradicionales que me traen los olvidados del Campo de Cartagena. Una pareja de de ancianos secan el maíz, que pasarán a moler para alimento de sus gallinas y el resto como materia prima del pan amarillo que ya he probado en el camino.
Ericeira se presenta encalada y con tiras azuladas. De esta población salieron muchos portugueses a colonizar Brasil. Este segundo viaje lusitano me ayuda a comprender mejor el gigante sudamericano.
Con la excusa que todo lo quemaré a golpe de pedal, no dejo de experimentar toda la repostería típica del país. Confieso soy goloso, una de mis debilidades dulces.

3 de septiembre 2014: Ericeira-Lisboa. 107 km
Entre sueños escucho los azotes de las olas en los acantilados. No tardo en subir a la colina cubierta de bosques donde se asienta la ciudad Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO: Sintra. Ya en el descenso, un cristal me corta la cubierta trasera que circula muy desgastada. Tras reparación de emergencia, continuo ansioso hasta Cabo do Roca, el punto geográfico más occidental del continente europeo, para mí es un lugar emocionalmente simbólico, pues al otro lado, en la ciudad más oriental de toda América, mora mi hija África.
Entro en Lisboa por la fortaleza de Belém. Paseo nocturno por la capital y disfrute de un espectáculo de luz y sonido en la calle.

4 de septiembre 2014. Lisboa-Fantainhas. 84 km
Mañana de compras. Una cubierta trasera para Valkiria y una bolsa impermeable para la bolsa del manillar que ha envejecido viajando y ya deja pasar el agua. Conozco a un brasileño que ha pedaleado por el Camino Portugués de Santiago. Charlamos y quedamos en que me enviará una ruta por la costa sur brasileira, la única que me queda por conocer.
El ferry me deja al otro lado del Tajo. Retomo tierra al sur hasta meterme con la bici en DECATLHON para comprar un coulotte, el que porto ya va trasparentando las posaderas. En Setúbal subo a otro ferry en el último segundo. Me deja en Tróia para pedalear por un brazo de arena virgen que me hace fácil imaginar lo que sería La Manga sin sus construcciones. Estoy en la región de Alentejo. Zona rural y olvidada que conserva su encanto campesino. Comporta es azul y blanca, colores alentejanos, asentada entre arrozales y presidida por una iglesia que no lo es, con campana y cigüeña incluida, viene a ser el «Banco Espíritu Santo«. Doy cierre a etapa pinchando el zapato nuevo de Valkiria.
5 de septiembre 2014. Fantainhas-Cabo Sardá. 104 km.
Amanece húmedo y no ha llovido. Parte del día pedaleo con Mario, un joven alemán que viaja en su cargada bici desde Baviera. Fue a Santiago porque cumplió 33 años. Ahora viaja al sur de Portugal para visitar a un amigo. Va descalzo. Sus calcetines cubren los pedales. Un Rosario en el manillar y tatuajes en los brazos.
La tarde llega en Cabo Sardá. Ya sólo, pedaleo buscando el sur por una pista arenosa procurando un buen lugar para plantar la tienda. Estoy en un lugar salvaje, hermoso, de calas profundas y azotadas. En un pequeño espacio, casi al borde del precipicio, instalo mi hogar para esta noche. Saco la cocina y me preparo un buen plato de pasta mientras disfruto de una de la mejores puestas de sol del viaje. Un gran regalo, gratuito y sin acceso a internet.

6 de septiembre 2014. Cabo Sardá-Carrapateira. 97 km
Amanece con nubes que se deslizan tierra adentro. Desde el acantilado el entorno se ve más salvaje. Recojo la tienda y cargo a Valkiria para continuar la pista que bordea el desnivel marítimo. Desconozco a dónde me lleva el camino, aunque durante la noche y junto a las estrellas, se apreciaban luces cálidas de algún asentamiento humano.
Estos días estoy atravesando el Parque Natural del Sudoeste (Alentejano-Vicentino), una sucesión de calas y entrantes rocosos cada uno con su personalidad. En Odeceixe entro en el Algarve siguiendo el sendero de Gran Recorrido que me sirve de guía en algunos tramos. Una trialera que me obliga a practicar malabares hacia una playa que se aprecia al fondo del cortado. Lo peor vendría después. La salida es una pared por donde serpentea un camino roto y muy inclinado imposible de subir con tanto equipaje. Lo intento.
En la primera curva me detengo al comprobar un desnivel avaricioso. Desconozco el motivo que me llevó a mirar hacia atrás. Este gesto me obligaría a seguir sin más opciones. Una chica estaba parada con los brazos en asas mirando si el ciclista podía contra Goliat. Ella no sabía que se trataba de un ciclista de la huerta de murcia. Apreté los dientes como si me fueran a amputar una pierna en vivo y confíe en meter el enganche de la zapatilla en los pedales automáticos de Valkiria en una décima de segundo para no perder la tracción. De lo que pensó aquella chavala nunca se supo, aunque yo me monté mi propia película en la cabeza. (Los detalles en una próxima charla sobre este viaje)
Un saliente de tierra al atardecer ofrece al que gusta de fotografías imágenes para entretenerse. Estoy en el Puntal cerca de Carrapateira.

7 de septiembre 2014. Carrapateira-Albufeira. 133 km
Me gusta buscar lo local. Bares o tiendas donde acuden sólo los portugueses. En estas fechas hay turismo extranjero, y negocios que sólo se expresan en inglés. Huyo de estos ambientes donde se refugian y aíslan los forasteros que no intentan ni aprender una sola palabra del idioma visitado. Aún así hay bares donde quieren darme los precios que callan los noreuropeos.
Una chica portuguesa me guiña el ojo al comprobar que conozco los precios al exigir a un camarero con intenciones picarescas. Los pueblos invadidos por tales turistas han guardado o perdido para siempre algunas tradiciones naturales, como servir el Prato do Día, un menú barato, rico y abundante.
Un joven campesino está tirado en la cuneta del camino. Pienso que puede estar accidentado al ver sus ropas polvorientas. Me detengo y lo despierto para comprobar su estado. Le pregunto si esta bien, respondiéndome «obrigado».Simplemente había pasado la noche allí por gusto o por alguna copia que sobraba. Yo me alojé en el pueblo con la hospitalidad de Roberto, un ciclista que tenía una cama libre en su pousada y que me cedió gratuitamente.
Por un amplio páramo azotado por el constante viento me acerco a cabo Sao Vicente. Varios pastores con su ganado dan movimiento a este singular espacio que sobresale para ganar el título del punto más al sudoeste de Europa, «O Fim do Mundo», como lo llaman aquí. Para mí es inicio de regreso a casa, rumbo este a Murcia.
Durante el viaje me han confundido con un italiano, brasileño, … ¿Pero con alemán? Una señora le pareció que yo lo era, entrándome en inglés. Son muchas las veces que he tenido que pedir educadamente a los portugués me hablaran en su idioma. Si detectan cualquier acento español, allá que sacan su portuñol. Quizá sea el motivo que yo les hablo también mixturando.
En Lagos salto el río por un puente levadizo tras ceder el paso a dos veleros. Una carretera me lleva a Alcantarilha, que me recrea la imaginación de la proximidad. Albufeira me recoge para acunarme en esta larga jornada.
8 de septiembre 2014. Albufeira-Tavira. 69 km
Niebla. Carmen Campos graba, a primera hora, mi entrevista de cada lunes para Onda Regional que emiten sobre las 12:40h.
En Loulé consigo cambiar las pastillas de freno trasero de Valkiria. Esta mañana en un descenso anunciado con el 20% casi me trago un coche. He aprovechado para cambiar los pedales que tras 2.900 km de viaje, me confirman que no son compatibles.
De ahí mi pequeño accidente al inicio del viaje. Después me acostumbré a sacar los pies con un gesto extraño y hasta aquí han llegado. En una ferretería adquiero 6 piquetas de hierro para la tienda, las de aluminio han terminado con la forma de la arroba. Me he alejado del litoral de esta parte del Algarve porque me recuerda a Marbella, pero es en Tavira donde recupero momentáneamente la línea de mar. Aquí descansaré, escribiré y haré una copia de seguridad de las fotos.
9 de septiembre 2014. Tavira-Alcoudim. 68 km
Mañana dedicada a conocer mejor el lugar, hacer copia de las fotos, afeitarme barba y cráneo, y escribir este Cuaderno de Bitácora que va con retraso en la entrega.
Alvaro, es un bombero sevillano escapado del estrés vecinal y de pareja. Charlamos hasta la madrugada. Hoy comemos juntos para dar continuidad a la conversación. Lee este Cuaderno en internet y se asombra. Le gustaría hacer algo similar y de paso quitarse de encima la barriga sietemesina. Quiere convencerme para ir con él de vuelta a Sevilla en su coche, pero dejo claro mi objetivo. Me convence, eso si, para no entrar por Sevilla y el sur. Sugiere un giro al norte río Guadiana arriba. Considero su saber de la zona y cambio mis planes, eso es libertad. Al despedirnos me dice: «yo he cambiado tus planes, pero tu has cambiado mi vida». Me alegraría que finalmente tomara en serio el cambio existencial que necesita a sus 50 años. Un abrazo firma el adiós.
Sigo las flechas amarillas de un Camino de Santiago que casualmente va por mi improvisado itinerario. Dejo el mar a mi espaldas y subo pequeñas colinas con una componente de Eolo que me ayuda en esta etapa de tarde tardía. La Guardia Nacional Republicana de Castro Marim no tiene idea de las flechas amarillas, así que rebuscando me las tropiezo a la salida del pueblo. Pronto vengo a caer en la ribera del Giadiana que hace de guía fronterizo hasta Alcoudim. Frente a esta población portuguesa se presenta la andaluza Sanlucar de Guadiana que compiten en blancura y campanadas de sus iglesias, aunque desfasadas una hora y algunos minutos.
Noche de luna llena que aparece por el este, tras el pueblo español, decorando un marco para embelesarse. Estampa que me trae pensamientos. Creo que nunca estuve tanto tiempo mirando a España desde otro país! Mañana debería pasar en un barquito a Andalucía.


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En dos palabras: Tengo envidia.
Preciosas fotos. Comparto tu esfuerzo. Una experiencia de libertad sin limites que anima a experimentarla. Eres grande, un abrazo.