Contemplado desde el aire, desde cualquier mapa o si eres afortunado desde alguna de las ventanas o terrazas con vistas a este lugar único, quizá lo más llamativo de la estructura urbana de Nueva York sea la presencia en pleno corazón de Manhattan de lo que se ha dado en llamar el pulmón de la isla, un gigantesco pulmón de regular geometría.
Son algo más de 340 hectáreas de jardín pero tanto como el tamaño resulta curioso la peculiar forma: un rectángulo perfecto enmarcado por la planificación urbana en retícula que convierte también gran parte de la isla en una cuadrícula en la que resulta complicado perderse y no hace falta memorizar nombres de calles. Más de cincuenta manzanas de longitud, unas dimensiones de 4.000×800 metros en pleno corazón de la gran urbe invitan a salir del bosque de cemento para perderse en la ciudad de roca y árboles así que trataremos a Central Park como lo que es, un excepcional espacio natural que además con veinticinco millones de visitantes anuales recibe más atención incluso que los cinco millones que visitan el espectacular Gran Cañón del río Colorado.
Bosques, lagos, riachuelos, pistas deportivas, caminos plagados de ciclistas, corredores y paseantes, a pie, en bici o a caballo, incluso un zoo y pistas de patinaje que en invierno se cubren de hielo para recibir cuchillas en vez de ruedas. Conviene saber de antemano todo lo que podemos encontrar en Central Park porque al visitar Manhattan siempre puede haber un momento en el que recalemos en las proximidades del gran parque y resulte conveniente hacer una escapada hacia una naturaleza que, a pesar de recibir una completa planificación en su origen, en muchos momentos y lugares nos parecerá tan agreste que pensaremos que siempre ha estado así desde el comienzo de los días, pero en realidad es fruto de una ingeniosa puesta en escena.
A mediados del S. XIX la población de la ciudad de Nueva York se había cuadruplicado y aunque había algunos pequeños parques y jardines diseminados por diversas zonas se hacía necesaria la creación de un gran espacio verde de esparcimiento al estilo de lo que en París o Londres sucede con el Bois de Boulogne o Hyde Park, así que se reservo una zona que respetaba la cuadricula del callejero de Manhattan y que iba desde la calle 59 hasta la 110, enmarcada entre las avenidas Quinta y Octava.
Se elaboró un proyecto paisajístico que incluía desalojar a los más de 1.600 habitantes de la zona (curiosamente a día de hoy la Oficina del Censo de la ciudad recoge que en Central Park tienen su domicilio 18 habitantes), hacer llegar más de 14.000 metros cúbicos de tierra desde Nueva Jersey debido a la poca calidad del terreno original y así poder albergar los más de cuatro millones de árboles, arbustos y plantas de más de 1.500 especies distintas que hoy se contabilizan en la zona.
La inteligente previsión en el trazado original de Central Park ya tuvo en cuenta a finales del S. XIX que los viales para los carros se mantuviesen a un nivel inferior al del propio parque de manera que cuando llegó el automóvil y aumentó aún más la población de la ciudad el tráfico rodado continúa atravesando el parque sin molestar ni perturbar la tranquilidad. Incluso ya bien entrada la segunda mitad del S. XX se recuperó aún más el uso para los ciudadanos que gustan de practicar deporte cortándose al tráfico las calles interiores al objeto de que los fines de semana los ciclistas de la Gran Manzana puedan gozar de dicho recorrido.
Esa recuperación (aún más) para el ciudadano dio como fruto a lo largo de las últimas décadas la construcción de instalaciones deportivas diversas, la celebración de conciertos (incluyendo representaciones de ópera por parte de la Filarmónica de Nueva York) y festivales al aire libre o incluso el propio nacimiento del Maratón de Nueva York, cuyas primeras ediciones consistían en recorrer un trazado por el interior de Central Park hasta que con el tiempo y la popularización de esta carrera el Ayuntamiento de la ciudad decidió sacar el trazado para que recorriese los cinco barrios de la ciudad (Staten Island, Brooklyn, Queens, Bronx y Manhattan) finalizando en pleno corazón del parque, como manda la tradición.
Recorriendo Central Park de norte a sur podemos distinguir seis grandes zonas definidas por grandes superficies de agua y/o vegetación: la laguna de Harlem, la zona boscosa norte (agreste y que permite casi creer que se trata de una zona realmente salvaje), el Reservorio o Estanque Jacqueline Kennedy Onassis, la Gran Pradera, el Lago y la Charca, ubicado en la parte sureste, en la esquina cercana a la Quinta Avenida y alrededor de la cual se encuentra el Zoo.
Resulta singular que en el lado este de la Gran Pradera se encuentra otra de las grandes atracciones de la ciudad, el Museo Metropolitano, el famoso Met, al que dedicaremos atención más adelante. Justo en el lado opuesto pero fuera del Parque se encuentra otro espacio similar, el Museo de Historia Natural y el Planetario Hayden, de los que también hablaremos en su momento. Esa estratégica ubicación permite planificar una visita en la que o bien el paseo por Central Park constituya un complemento a la visita museística o al revés, a gusto del turista.
La Laguna de Harlem viene precedida, si accedemos a Central Park desde la parte noreste, por el curioso monumento que existe en ese rincón dedicado al músico Duke Ellington. Esculturales cariátides representando a bellas mujeres desnudas de raza negra sostienen sobre sus cabezas las patas de un piano de cola, instrumento que inmortalizó al artista. Se trata de un rincón dedicado completamente a la música puesto que la calle adyacente recibe el nombre de otro famoso artista: Tito Puente.
En el lago, sobre cuyas aguas se posan los extremos de las ramas de los sauces llorones mientras patos y cisnes surcan la superficie, el visitante puede practicar la pesca siempre que posteriormente devuelva a las aguas los peces. Cerca encontraremos el Castillo del Belvedere, una construcción que parece fuera de lugar aunque añade por contraste un interesante valor paisajístico además de servir tanto como observatorio para las especies animales (más de 300 diferentes) de la zona como de instalación científica puesto que acoge el observatorio astronómico de la ciudad.
En cuanto a la variedad de habitantes animales baste decir que en 2002 se descubrió en Central Park una nueva especie de y que en 2006 fue capturado un ejemplar de coyote.
Pasando de largo encontraríamos una zona de instalaciones deportivas con pistas diversas y una piscina y ya nos adentraríamos, si abandonamos los caminos que lo bordean, en una parte boscosa serpenteada por senderos, donde perderemos de vista el famoso skyline de la ciudad, donde los sonidos procedentes del tráfico rodado de las avenidas quedarán amortiguados y donde no costará experimentar la sensación de haberse adentrado en una Naturaleza auténtica y salvaje, a pesar de que lleva siglo y medio impostada, de manera que si quizá en las postrimerías de los años 1.800 podía resultar convincente aunque artificiosa hoy, sobrepasado con creces el año 2.000 casi ha adquirido categoría auténticamente silvestre.
Las copas de los árboles llegarán en algunos momentos a ocultar el sol y el único sonido que nos acompañará será el de las múltiples especies de pájaros que abundan en el lugar. Por su extensión y ubicación Central Park se ha convertido en una paradisíaca zona de paso para múltiples especies migratorias con lo que el ornitólogo aficionado podrá dar rienda suelta a su pasión identificando una gran variedad de especímenes que a priori no asociaría con esta gran urbe.
Ocupando una extensión equivalente a diez manzanas y con hasta 12 metros de profundidad la siguiente etapa descendiendo por el parque es el Reservorio, bautizado en honor a la viuda de John Fitzgerald Kennedy y de Aristóteles Onassis. Una pista rodea su perímetro vallado y dicho recorrido es frecuentado por los corredores de la ciudad, siendo popularizado en el cine por la película “Marathon Man”. Dustin Hoffmann recorría incansablemente esa zona acumulando kilómetros en sus piernas y hoy es una de las zonas preferidas por los aficionados al running de la ciudad (y los que vienen de fuera de ella) así que si queremos recorrerla paseando será conveniente observar unas mínimas precauciones para no interferir en la marcha de los deportistas.
Desde aquí podemos contemplar espectaculares vistas en las que la cinta de agua sirve como base a un soporte vegetal que sustenta el skyline de la zona. Resultan especialmente atractivas las perspectivas oeste (con las siluetas de los edificios San Remo y Dakota perfilándose contra el cielo) y sur, con todo el Downtown emergiendo en el horizonte. En el primer caso resulta especialmente atractivo buscar las primeras horas del día para ver la parte superior de los edificios iluminados por el sol del amanecer mientras que en el segundo caso será el atardecer el que proporcione un aporte especialmente bello con la luz entrando desde el oeste arrancando destellos del acero y cristal y otorgando calidez a la piedra de los rascacielos del centro de Manhattan.
Tras dejar atrás el Reservorio Jacquie Kennedy Onassis accedemos a la Gran Pradera, 14 hectáreas de valle habitualmente cuajado de visitantes tumbados sobre el césped y que también ha aparecido múltiples veces en la gran pantalla, como en “El rey pescador”, acogiendo los cuerpos desnudos de Jeff Bridges y Robin Williams mientras contemplaban los fuegos artificiales del 4 de julio.
Es en el extremo oriental de esta zona donde en el rectángulo de vegetación de Central Park se adentra la mole del Met, el Museo Metropolitano que alberga incontables tesoros artísticos, complementando como hemos mencionado las posibilidades para el turista de pasear y culturizarse.
A continuación el Lago ofrece posibilidades de disfrute acuático diferenciadas según la estación. En verano es navegable con pequeñas barcas mientras que en invierno y gracias a las bajas temperaturas de la ciudad queda completamente helado ofreciendo un espacio inigualable para la práctica del patinaje, algo que también hemos visto en muchas películas especialmente en las que sitúan su acción en la Navidad neoyorquina, que mecería capítulo aparte. Curiosamente esta zona de Central Park es la más antigua puesto que abrió sus puertas al público en 1858, incluso antes que fuese terminado el resto del parque.
Cerca encontramos la Fuente Bethesda, otro habitual punto de encuentro para el visitante y para el neoyorquino. Espacio populoso y animado y que, cómo no, también nos resultara familiar por haber aparecido en el cine en películas como “Rescate”, donde secuestraban al hijo de Mel Gibson. El elemento principal de la zona, la fuente, cuenta con la escultura denominada El Ángel de las Aguas, primer encargo público de esta índole que se hizo a una mujer, erigida en 1893.
Más abajo y en el extremo más cercano al edificio Dakota está el monumento en memoria de John Lennon conocido como Strawberry Fields. Se trata de una pequeña plaza con un bello mosaico en el suelo en torno a la palabra IMAGINE, título de otra de las canciones más recordadas del Beatle. La ubicación se corresponde con la proximidad del mencionado edificio del que fue vecino Lennon y en cuya puerta fue asesinado en 1980.
El lugar se ha convertido en un constante tributo al artista y su obra y en todo momento hay aficionados fotografiándose en tan emblemático emplazamiento, no faltando flores o velas en su memoria.
Por último la esquina sureste acoge la Charca, pequeño estanque que a pesar de la cercanía de la bulliciosa Quinta Avenida y el Hotel Plaza resulta un acogedor y tranquilo rincón gracias a que esta situada por debajo del nivel de la calle, quedando por tanto amortiguados los ruidos de la ciudad.
Con su gran tamaño quedan en Central Park pequeños rincones que permiten la tranquilidad y el aislamiento que proporciona el pequeño jardín romántico ubicado en las proximidades del Museo Guggenheim, el Jardín Shakespeare ubicado entre el Castillo del Belvedere y el Cottage Sueco, el Paseo Literario con más de una treintena de esculturas de diversos escritores e incluso la que representa a Alicia a lomos de una enorme tortuga, acompañada de personajes como el Conejo Blanco y el Sombrerero Loco. En otros rincones además de los peñascos que surgen de entre la tierra podrás incluso verte sorprendido por la escultura de un gigantesco felino acechante.
Por dentro y por fuera esta gran mancha verde, distinta a todos los grandes parques de las grandes urbes hasta en su peculiar perímetro rectangular, resulta una cita insoslayable, pudiendo disfrutarse perdiéndonos en su interior o recorriendo su exterior de manera que tengamos siempre presente el contraste entre los rascacielos y museos a un lado y la vegetación al otro. Para algunos un bosque domesticado, para otros un límite infranqueable para la jungla de asfalto.
Antonio Rentero
Redactor en The Inquirer.
Director y presentador del programa “El hombre 2.0” en RomMurcia Radio.
Crítico de cine en Onda Regional de Murcia/La Opinion/Onda Cero.
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