Desde hace 44 años el primer domingo de noviembre es un día especial en Nueva York, es el día que que se celebra el maratón de esa ciudad.
Al principio el recorrido se limitaba a correr en torno a Central Park hasta completar los 42,195 kms (26,2 millas) pero alcanzó tanta popularidad que finalmente el ayuntamiento se comprometió a ofrecer un recorrido que se ha consolidado como uno de los destinos preferidos por los corredores del todo el mundo que pueden así unir la pasión por el running con el turismo.
En primer lugar hay que decir que el maratón de Nueva York no es el preferido por los grandes atletas para batir marcas (este es Berlín, por su recorrido sin apenas desniveles) ni el más antiguo de los grandes (Boston, de triste recuerdo por los atentados de la última edición) ni el que a priori puede atraer a un mayor número de turistas europeos (título que se disputan el de Londres y el de Roma, donde el recorrido se configura como un espectacular recorrido por la Ciudad Eterna). Para un europeo runner y turista las capitales inglesa e italiana son viajes sin duda más baratos, cercanos y cómodos, pero algo tiene la ciudad de Nueva York cuando su maratón es el más populoso del mundo, con 50.000 participantes este año.
El primer domingo de noviembre, para el avezado corredor que se anima a participar (y no es sencillo, luego comentaremos esa circunstancia) puede ser inolvidable aunque ya haya corrido otros maratones por una circunstancia única: la ciudad y no menos importante, su gente.
Porque recorrer a pie esos 42 kilómetros con 195 metros supone dos viajes: uno sin duda físico por todas esas calles que ese día están cerradas para que sean los participantes quienes disfruten de ellas. Pero el otro viaje supone convertirse por una parte en estrella de la función y por otra en neoyorquino por un día.
Podríamos añadir un tercer viaje, este interior, pero habiendo escrito el gran Murakami “De qué hablo cuando hablo de correr” me produciría sonrojo trasladar a un texto mis sensaciones y reflexiones en ese campo.

La pega para participar en el maratón de Nueva York tiene que ver precisamente con su tremendo éxito que hace que la única forma de asegurar al 100 % que contarás con dorsal sea recurrir a las agencias autorizadas por el organizador, New York Road Runners, (en el caso de España se trata de FernandoPineda.com y Marathínez) que venden el dorsal con un año de anticipación. La pega viene de que el pack incluye también vuelo, hotel y traslados a un precio algo superior al que podría llegar a obtenerse de otro modo, pero aquí lo que importa es el dorsal (sin él no corres) y la otra forma de hacerse con él es en un sorteo que tiene lugar a finales de enero y en el que las posibilidades de conseguirlo son muy bajas.
Conocer una ciudad corriendo es una forma distinta y única de hacer turismo, entre otras cosas porque el turismo abandona por unas horas su papel pasivo, de formar parte del paisaje, convirtiéndose en la estrella, en la atracción. Ese día en Nueva York el protagonista es el corredor, y no sólo por la atención de que es objeto por la excepcional organización sino por el cariño, el ánimo y las emociones que son capaces de trasladar los más de dos millones de ciudadanos que asisten como público desde la salida hasta el último momento, pasadas ya hasta 12 horas del cañonazo que inicia la carrera (sonando a continuación la voz de Sinatra cantando “New York, New York”), en que algún rezagado cruza la meta en Central Park.
Si has tomado la precaución de imprimir tu nombre o tu apellido en la camiseta conocerás el orgullo que supone que sean coreados a lo largo de los cinco barrios de Nueva York y te sorprenderá gratamente el ánimo constante de todos aquellos espectadores que te aplaudan, te vitoreen o te ofrezcan comida o bebida, agua, fruta, zumos e incluso golosinas porque al celebrarse el primer domingo de noviembre en ocasiones es muy cercano a Halloween con lo que habrá muchos espectadores incluso disfrazados.
Espectadores que además con sus pancartas te arrancarán una sonrisa con frases como “Corre como si hubieras robado algo”, “Deja de leer esto y sigue corriendo” o “El maratón no es tan fácil como tu chica”.
Hablábamos de turismo running y como en otras propuestas aquí también toca madrugar… y mucho. La carrera tiene dos salidas (recuerda, 50.000 participantes) y por motivos de seguridad todos los corredores deben estar en el cuartel militar desde el que se da inicio con dos horas de antelación. Y además hay que llegar, lo que puede suponer una hora larga en alguno de los autobuses que pone la organización a disposición de los participantes desde distintos puntos de la ciudad. Y tienes que llegar a dicho autobús desde donde te alojes. La noche anterior más vale que te vayas temprano a la cama porque igual tienes que despertarte a las cuatro de la mañana.
Lo primero que conocerás en el recorrido del maratón de Nueva York es algo que ningún otro turista puede: el puente de Verrazano. Llamado así por el explorador italiano Giovanni de Verrazano que fue el primer occidental en avistar la zona, une Staten Island con Brooklyn y está reservado únicamente al tráfico rodado, a diferencia de otros como el famoso puente de Brooklyn no dispone de una zona transitable peatonalmente, este es el único día del año en que puede transitarse a pie el que en su día fue el mayor puente suspendido del mundo (hoy es el séptimo), algo más de cuatro kilómetros sobre la bahía del Hudson. Si ya tiene su encanto poder recorrer más de 42 kilómetros de calles cerradas únicamente para ti (bueno, y para otros 49.999 corredores) el inicio no puede ser más exclusivo.

A continuación se pasa por los dos barrios más populares de la ciudad, Brooklyn y Queens, los mayores en extensión y donde más neoyorquinos viven. Barrios que se vuelcan con la carrera, que la viven como una fiesta y que engalanan sus casas, algunas de ellas (calles y calles) proporcionarán una sensación familiar en muchos rincones de la Gran Manzana: “esto lo he visto en una película/serie de televisión”, porque en el fondo cuesta sentirse extraño en Nueva York debido a esa “memoria visual” que durante décadas nos ha mostrado el cine y la tele con calles, edificios, parques y puentes de la ciudad.
La calidez con la que los habitantes de estas zonas, de acendrada multiculturalidad, expresan su acogida de esta fiesta del deporte con jovialidad y cariño convierte en una experiencia inolvidable el “paseo” por esa sucesión de calles con arbolado que crea bóvedas vegetales sobre los corredores mientras los vecinos se sientan en los escalones de acceso a sus edificios, esos que también nos serán familiares aunque sea la primera vez en nuestra vida que pasamos por esa calle, y aplauden y animan.
El acceso a la isla de Manhattan se hace a través del puente de Queensboro, que ofrece una espectacular vista sobre el Downtown y que, antes de abandonarlo para acceder a la Primera Avenida es recomendable girar la vista atrás para ver desde su parte izquierda según lo atravesamos el rótulo de los célebres estudios Silvercup, famoso por haber aparecido muchas veces en pantalla pero sin duda ninguna con tanto protagonismo como en el duelo final entre los protagonistas de la película “Los inmortales”.
Desde ahí se baja por una fuerte pendiente al encuentro de Manhattan rodeado de vítores y algarabía para afrontar una subida eterna por la Primera Avenida, un tramo que se antoja interminable y que puede hacer que llegues a pensar si también esta Canadá incluido en el recorrido… afortunadamente no llega la cosa tan lejos y tras pasar por una zona residencial con altos edificios de ladrillo rodeados de jardines se da la vuelta en el Bronx para retornar al centro de la isla, a través de un área industrial y unos puentes que probablemente no figure en el recorrido de ningún tour operador y que de hacerlo no sería recomendable recorrer a pie. Otra ventaja de correr el maratón de Nueva York, poder transitar por un barrio que aún tiene alguna que otra zona no recomendable y poder escuchar el consejo de algún habitante de la zona: “¿sabes lo primero que debes hacer si llegas al Bronx? salir corriendo del Bronx”. Motiva mucho cuando al pasar junto a él se lo dice al corredor un pariente lejano de Barry White cuya garganta parece haber disfrutado de mucho alcohol y mucho tabaco.
El trayecto se civiliza bastante al acceder a Harlem, probablemente el mejor lugar para vivir en la isla de Manhattan si no dispones de varios millones de dólares en la cuenta que te permitan un coqueto apartamento en el centro. Generalmente acogedor y amistoso, el hecho adicional de que el maratón de Nueva York se corra en domingo permite asistir a una de las consecuencias de las fuertes convicciones religiosas de gran parte de los habitantes del barrio pues no será extraño contemplar grupos de familias que acuden con sus mejores galas a los numerosos servicios religiosos que se celebran en alguno de los muchos templos de las inmediaciones. Un barrio de eminente identificación racial (aunque con algunas zonas donde lo latino es pujante) con una negritud que no deja de percibirse en su orgullo, sus manifestaciones artísticas y el ánimo, puntualmente huraño pero generalmente animoso y festivo.
La carrera llega a su fin y se afronta el tramo quizá más duro para el corredor por dos razones: ya lleva en sus piernas más de 35 kilómetros y arranca con una pendiente continúa que no facilita mucho las cosas. Tampoco ayuda que la parte de la Quinta Avenida conocida como Milla de los Museos (tomemos como punto de referencia el Guggenheim y el Museo Metropolitano, el conocido Met) sean zona residencial de una clase alta que ciertamente no se cuenta entre la más aficionada a bajar a animar a esa panda de sudorosos que corren bajo sus ventanales. Aquí son casi más los turistas quienes se concentran en las aceras y a diferencia de los otros barrios (descontando Staten Island, del que como hemos dicho sólo se conocerá el cuartel militar desde donde se sale y el puente de Verrazano, donde se inicia la carrera y en realidad no hay ningún contacto con el vecindario) serán pocos los habitantes de la zona que podamos adivinar entre el público.
También por encontrarse cerca de la meta y probablemente de los hoteles del centro donde se alojan los familiares que hayan acompañado en el viaje a los corredores no oriundos de la ciudad, es este tramo final (junto con algunos tramos de la mencionada Primera Avenida) donde recibiremos esas necesarias palabras de ánimo que nos permiten afrontar con una sonrisa en los labios los interminables kilómetros finales que, además y frente al Museo Guggenheim, se adentran por Central Park, lo que nos permite anticipar la cercanía de la ansiada meta. Este auténtico pulmón de Nueva York es el lugar donde cruzaremos el kilómetro 40 que te hace comenzar a experimentar lo que significa tener a tu alcance el sueño, pues salvo infortunio lo normal es que si se llega aquí en óptimas condiciones lo que resta de carrera, a pesar de la dureza, el cansancio y los dolores y molestias diversas, es casi un trámite.
Hemos dejado para el final la ambientación musical para este día de turismo runner porque si una gran mayoría de corredores suele practicar este deporte provisto de sus dispositivos MP3 o los propios teléfonos móviles reproduciendo su música favorita correr el maratón de Nueva York tiene un extra adicional: el incesante fondo musical gracias a los más de un centenar de grupos, intérpretes e incluso bandas de institutos y pequeñas orquestas clásicas que a lo largo del recorrido ofrecen sus interpretaciones en las mismas aceras junto a las que pasan los corredores. Algunos, como el que se celebra en un escenario junto a la entrada a Central Park, se convierten en multitudinarios conciertos que animan por igual a participantes y público asistente. Pocas visitas turísticas a ciudades del mundo cuentan con su propia banda sonora durante casi todo el recorrido.
La ultima parte se divide en dos mitades a modo de ying y yang de lo que supone la experiencia de correr el maratón de Nueva York. En la esquina inferior de Central Park, en el cruce de la Quinta Avenida con el tramo de la Calle 59 denominado Central Park Sur, salimos del parque para recorrer esos metros en medio de un gran bullicio con toda la acera de dicha calle repleta de público, turistas, familiares… que aplauden a rabiar sabedores de que los corredores están próximos a la meta. En la esquina contraria, en Columbus Circle, es donde se ubica un escenario musical con una banda que en directo ameniza el desenlace de la carrera y en ese punto, cuando se vuelve a acceder al interior de Central Park, el bullicio se torna silencio y es el momento previo a cruzar la meta donde, rodeado de la Naturaleza, el corredor puede tener unos instantes a solas consigo mismo para realizar una reflexión sobre esta jornada intensa, sacrificada, especial sin duda y que además ha permitido conocer esta gran ciudad de una manera singular facilitando una relación con sus ciudadanos que no podría crearse de otra manera y que no acaba aquí, continúa días después de terminar el maratón de Nueva York si haces como muchos finishers y exhibes orgulloso en tu pecho la medalla que te dan en la línea de llegada de Central Park durante los días que pases en la ciudad tras la carrera.
Es conocida la anécdota del que término el maratón y a la mañana siguiente nada más salir del hotel se cruza por la calle con un señor que llevaba la medalla obtenida colgada del cuello sobre su jersey. Lo primero que pensó al verlo fue “menudo pringao”. No tardó en ver cómo un transeúnte le paró (al de la medalla), le preguntaba acerca de cómo había transcurrido la carrera, qué tiempo había hecho, si lo había pasado bien… para terminar felicitándole efusivamente con un cálido apretón de manos. El testigo dio media vuelta, subió a su habitación, cogió su medalla, se la puso y salió de nuevo a la calle.
Ese postmaratón en que neoyorquinos anónimos, en los días posteriores, si te ven con la medalla colgada te preguntan, te felicitan, te saludan o simplemente con un gesto cómplice mientras cruzas un paso de cebra te manifiestan su felicitación y enhorabuena, en un país, en una ciudad donde nos dicen que sus habitantes “van a lo suyo” y se despreocupan por el prójimo queda desmontada, tu sonrisa de satisfacción no te cabrá en los labios, la alegría no te cabrá en el pecho y dispondrás de un argumento irrepetible para iniciar una conversación con los habitantes de una ciudad que ahora querrás conocer aún más.
Y si tienes interés en hacerlo cada mes desde aquí, desde Generación Fénix, te acercaremos una zona, aspecto o punto de interés de Nueva York para que puedas planear tu visita a la ciudad que nunca duerme.
HARLEM: EL CORAZÓN DE LA NEGRITUD
CONOCER NUEVA YORK CORRIENDO EL MARATÓN