Una neurona conversaba con su vecina de estación en la inmensidad cerebral sobre los temas que aquel día ocupaban los vagones del tren, que sin límite de velocidad, circulaba entre todas ellas, las neuronas, mientras el sujeto paciente/portador de las mismas, en ese instante más bien impaciente, se hacía la pregunta del millón: «¿no parará esta p… cabeza de dar vueltas de una vez?
El sujeto, “impaciente/portador”, era incapaz de darse cuenta de que no era la cabeza la que giraba sin control, si no el tren que recorría las vías; toda una maraña de neuronas que, cuando están bien conectadas, hacen que la circulación ferroviaria vaya como la seda. Claramente, no era el caso. Mientras, ahí estaban ellas, las neuronas vecinas, en su punto de locura, hablando sobre la paz mental, ese ente.
Le decía una a la otra:
-Amiga, deberías encontrar primero tu paz mental, luego ya te quedarás con quien no te la quite, pero no olvides nunca dos cosas: la primera, que a veces solo una misma es capaz de no robarse la propia paz, y la contraria, que hay neuronas que somos incapaces de verla aunque la tengamos delante de nuestras narices, vamos, que parece que no vivimos si no tenemos una batalla en la que participar. Porque sí, aunque sea una redundancia, no está de más recordarlo, paz y batalla son términos antagónicos.
Puede resultar chocante que una neurona incapaz de vivir en otra situación que no sea la batalla, sea capaz de dar ese tipo de estupendas recomendaciones a otra, pero claro que es factible. Indiscutiblemente sabemos que la teoría es fácil, está en todas partes a disposición de cualquier neurona de a pie, lo complicado es llevarla a la práctica, a la vida, aunque sea la de una neurona.
-¿Qué piensas tu?…, ¡anda que no es fácil ser neurona!
Pero no, no. Ser neurona es muy difícil, especialmente a partir de los cincuenta. Y ahí, ¡ahí!, en esa cifra era donde estaba el problema de le neurona B, llamémosla así, en sus cincuenta.
La neurona B receptora del consejo, sentada en el andén de aquella estación mental, se encontraba en un momento complejo de su vida. Venía de cumplir medio siglo, y sentía, viéndose en una cuesta abajo hacia vete tú a saber dónde, que ya no era la misma, que no se reía como antes, que no tenía ganas de bailar, que su fuerza física y emocional estaban mermadas, e incluso a veces se sentía sola.
– ¡Vamos! – le decía a la otra- ni que los contenidos que han llenado mi periplo vital hasta anteayer se hubieran apeado a toda prisa en la penúltima estación.
¿Qué es la paz mental?
La neurona A, curtida en la lucha, escuchaba a B interesada, hasta que aquella le formuló la pregunta del siglo:
– «¿Y qué es la paz mental?». Puedo pensar que sé lo que es, pero no termino de llegar al punto de encontrarla para mí misma.
-¡Pero si hasta en el mundo Pokémon se sabe lo que es! – le contestó la otra – está en las instrucciones.
– ¡Y dale con las instrucciones!- pensó B-.
-Te lo leo. Aquello que evita que el Pokémon sea intimidado aumenta su confianza, y ayuda a mantener la calma. Hasta da el doble de puntos para la siguiente ronda.
B repasó la teoría con A: Que si simplifica tu vida , que si piensa en el presente, que si se agradecido y sonríe, no olvides que todo pasa, cierra ciclos, y bla, bla, bla… pero nada, no daba con la dichosa paz, equilibrio, o lo que fuera aquello que le faltaba.
Un día, casualidades neuronales, coincidió en el andén con una compañera del colegio. Porque sí, aunque cueste creerlo las neuronas también estudian, y comenzaron una amena charla repasando sus vidas hasta ese momento.
CC, compañera de colegio que había tenido una evolución complicada por múltiples avatares que la llevaron a estar, que no sentirse, sola en los últimos tiempos, y sin embargo estaba llena de energía, le dio un pequeño repaso a B movilizando en ella mínimas cantidades de serotonina que tenía en la reserva, suficientes para entre otras cosas hacerle darse cuenta de que otra neurona en su entorno llevaba tiempo transfiriéndole una carga negativa que le había minado de forma considerable. No es que B responsabilizara a esta última de sus problemas, muy acertadamente, porque la raíz del conflicto estaba en si misma, pero era indiscutible que aquella no ayudaba nada, e incluso más bien la empujaba cuesta abajo a velocidad de Transiberiano. Y ahí, en ese punto, es cuando B reacciona. Echa el freno al convoy y se lanza para arriba. Decide poner distancia y volver a aquello que antes le hacía sentir tan bien, y que analizando detenidamente era fácil concluir que había abandonado al dejarse llevar por su propia debilidad.
Poco tiempo después B se reencontró con A y le agradeció su ayuda. Le contó que acababa de llegar de una ruta intracerebral en la que se sorprendió a si misma disfrutando, riendo , incluso bailando, hablando sin parar y con la sensación de los deberes emocionales cumplidos. Rodeada de otras neuronas, pero sobre todo consigo misma, porque sí , en realidad, ése era el objetivo.
Y colorín colorado, el cuento de la neurona se ha acabado.