«El Juego del Calamar», la serie más vista en todo el planeta

el juego del calamar

Cuando durante el próximo Halloween vean las calles atestadas de gente vestida con un mono rojo con capucha y llevando una extraña máscara negra con un símbolo blanco pintado sobre ella, no crean que ha vuelto a ponerse de moda “La casa de papel” y que todos se han olvidado en casa la máscara de Salvador Dalí.

Se tratará de un nuevo caso del conocido efecto eco que producen los productos audiovisuales de gran éxito, y que en este caso tiene su explicación en la última sensación procedente de la plataforma de streaming Netflix: “El juego del calamar”, una serie procedente de Corea del Sur y que ha conseguido convertirse en la más vista en todo el planeta.

Perteneciente al género denominado “Battle Royale“ debido al manga (posteriormente llevado al cine, en 2000 por Kinji Fukashaku) del mismo título aparecido 1986, la trama de “El juego del calamar“ nos permite adentrarnos en un extraño y cruel juego en el que participan 496 individuos, todos ellos con algún grado de desesperación en su vida que creen poder solucionar ganando un cuantioso premio en metálico.

Para ello solo tendrán que enfrentarse a una serie de desafíos inspirados en juegos infantiles, populares en Corea del Sur y que ya están comenzando a ser imitados en todo el mundo, aunque con un macabro componente: los que pierden una prueba son inmediatamente asesinados.

El argumento

La serie presenta un importante componente de crueldad pero tampoco ahorra comedimiento en la representación gráfica de la violencia con la que se presentan las muertes de sus personajes.

En el primer desafío se lleva a los 456 participantes en el macabro juego a un escenario que simula un patio escolar donde hay una gigantesca figura robotizada con la que deberán “jugar” a una especie de “1, 2, 3, palito inglés” donde, a diferencia de lo que sucede en la política, no es que el que se mueva no sale en la foto sino que recibe un tiro y se queda en el sitio.

Eliminado. Un jugador menos. Y sin ocultarle al espectador el menor detalle sangriento sobre las consecuencias del balazo. El resultado es que casi la mitad de los participantes iniciales, convertidos ahora en supervivientes, quedan horrorizados y comienzan a darse cuenta de las consecuencias del “juego“ en el que se han metido.

Comenzarán a forjarse grupos, bandos y alianzas, desarrollándose lazos, inquinas y rencores entre algunos de los participantes, y el espectador comenzará a darse cuenta de la complejidad tanto del juego como de los intereses ocultos tras él. Todo ello con una cuidadosísima puesta en escena en la que se uniformiza a los bandos principales: jugadores y guardianes.

Vestuario

Los primeros vestidos con chandal blanco y verde, mientras que sus custodios visten todos con el anteriormente mencionado mono con capucha de color rojo y unas extrañas máscaras que les protegen el rostro, unas máscaras en forma de esfera negra microperforada que les deshumaniza por completo y que solo permite identificar distintas categorías jerárquicas al mudarse los rostros por tres tipos de símbolos: un cuadrado, un círculo con un triángulo. Estas formas geométricas se corresponden con los elementos que configuran el dibujo del calamar queda título a la serie.

Por encima de todo el anónimo líder. Éste vistiendo con una elegante gabardina verde también con capucha y su rostro oculto en este caso por una máscara que representa de forma angulosa un imperturbable rostro.

Sin hacer demasiado spoiler, puesto que en los primeros compases de la serie es donde sucede lo que a continuación se relata, el espectador se verá sorprendido por la reacción de gran parte de los personajes cuando, tras aprovechar la oportunidad de salir con vida de ese juego mortal, un gran número de ellos decide, con completo conocimiento de causa y sabedores de las consecuencias de su decisión, volver a adentrarse en la dinámica mortal de la que han conseguido escapar. La desesperación de sus situaciones personales les conduce a priorizar la incierta posibilidad de una supervivencia con una millonaria recompensa frente a la posibilidad estadísticamente más que probable de perder la vida en el intento.

Y aquí es donde comienza el segundo acto de esta serie, donde ya no habrá solución de continuidad a la espiral de muerte y desesperación que deriva de los sucesivos juegos en los que sean sometidos los participantes.

El espectáculo de la caza del hombre goza de una larga tradición cinematográfica, puesto que ya desde “El malvado Zaroff” (Irving Pichel y Ernest B. Shoedsack, 1932) se han sucedido los ejemplos, que han llegado hasta los más recientes y de gran popularidad entre público juvenil, como es el caso de las adaptaciones cinematográficas de las novelas de la saga “Los juegos del hambre” debidos a la autora Suzanne Collins.

Por ello no es de extrañar la popularidad alcanzada por la serie surcoreana “El juego del calamar“ y lo que algunos preocupa de este meteórico éxito tiene que ver con lo que se apuntaba al principio del efecto eco, aunque en este caso no trasladado a los disfraces que sin duda será frecuentes en el inminente Halloween, sino a la imitación de alguno de los juegos que aparecen en la serie por parte de los alumnos en los colegios.

Es esta una circunstancia de la que en los últimos días se está alertando, y aunque realmente los juegos que aparecen en la propia serie se inspiran en juegos infantiles, el problema aquí sería que la imitación por parte de alumnos menores de edad deja las claras que han visto una serie que bajo ningún punto de vista sería recomendable para menores de, como mucho, 14 ó 16 años.

Y quizá esta sea la buena enseñanza que debamos extraer de esta serie, que por lo demás tampoco es la octava maravilla y simplemente sirve para pasar el rato sin mayores pretensiones… siempre que se disponga de un estómago lo suficientemente fuerte como para soportar determinadas dosis de violencia gráfica. Y si se ha tardado tan poco tiempo en que surja la imitación por parte de menores de edad de comportamientos que aparecen en una serie que claramente no está dirigida a ese público la consecuencia es bastante evidente: los menores de edad ven lo que les da la gana.

La indudable libertad para el espectador que proporcionan las plataformas de streaming tiene la contrapartida de la responsabilidad sobre el uso de esa libertad, en este caso la responsabilidad que se delega en los menores presentes en un hogar para que puedan acceder a los contenidos que llegan a través de estos canales. Una responsabilidad que recae en los padres, que en muchos casos se han despreocupado por estas cuestiones y que quizá cuando comiencen hacerlo ya sea tarde porque sus retoños se han merendado de una sentada la temporada completa.

¿Habrá segunda temporada?

Por lo menos en este caso, y a medio plazo, las consecuencias quedarán limitadas a esta única temporada puesto que su creador, Hwang Dong-hyuk, ya ha explicado las dificultades para que haya una segunda temporada.

Básicamente, y a diferencia de lo que sucede habitualmente en el mundo las series de televisión, la escritura completa del guión de todos los episodios (nueve) ha corrido a su cargo de manera individual, algo inusual por cuanto en las series televisivas suele haber equipos de guionistas. De hecho la serie ya fue rechazada por diversas cadenas en el año 2009 y han tenido que transcurrir más de una década hasta que Netflix se ha encargado de producirla, por lo que Dong-hyuk ya ha afirmado que no entra en sus planes pasar otra década escribiendo la segunda da temporada, pues ese fue el tiempo que le llevó completar los guiones de los nueve capítulos.

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