No hay pareja que conviviendo no haya discutido por las tareas domésticas, el orden o las costumbres de unos y otros. Es casi inevitable hablar de nosotras y ellos, puesto que la cultura, la edad, la generación a la que perteneces y el sexo, lo queramos o no, determinan creencias, pensamientos, actitudes y conductas concretas.
Así, tenemos un grupo de mujeres que creen en la repartición de las tareas domesticas y la educación de los hijos, que creen que la familia es cosa de dos no solo en lo bueno y en lo malo, en la salud y en la pobreza… sino también en la plancha y en la fiesta, en la limpieza de la cocina y en el aperitivo de los domingos, en el cuidado de los niños y en la cena con amigos (léase amigos y amigas, no haré distinciones hasta que la RAE diga lo contrario sobre el plural, ya que no tengo nada en contra del actual, y para que ustedes entiendan que no se trata de un discurso feminista extremista). Y aquí están, esperando compartir a pachas, pero… también están ellos, reivindicando la igualdad de sus mujeres, pavoneándose por ser pioneros y portadores de estandartes en los que enumeran sus magníficas cualidades de compañero. Y no me entiendan mal, no es que no las tengan, es que en lo referente al tema que nos toca, se trata más de palabrería.
Sin ánimo de disculparles, diré a su favor que no están educados en su mayoría para las tareas domésticas. Fíjense en la típica situación en que están decidiendo cómo organizar el sábado; ella expone que parte de la mañana deben dedicarla a ordenar y limpiar la casa, a lo que él responde: ¡pero si barrí yo hace dos días!!! Y el baño ¡¡si en cuanto lleguemos lo vamos a poner perdido!! Además la casa está ordenada. Ella entonces mira el salón con resignación mientras observa las revistas amontonadas, la ropa doblada sobre el sillón por colocar y planchar (algo que es para ellos algo comparable a hacer penitencia o una tortura infernal), la ropa de temporada por cambiar… y lo del día a día, lo que se hace sólo porque alguien, ¿adivina quién? lo hace para suerte de ellos. No son conscientes de muchos detalles sobre el trabajo en casa, no lo valoran importante hasta que lo viven como una carencia de su bienestar, y no le dan la relevancia que le suele dar una mujer, salvando las excepciones de unos y otros.
En estos casos la paciencia de la mujer para enseñar, reforzar y repetir constantemente la necesidad de compartir las tareas domesticas ha de ser casi infinita, también la voluntad de cambio, de aprendizaje del hombre ha de ser infinita…
No nos cansemos pues, trabajemos juntos antes de que las tareas domésticas nos exploten como una bomba de relojería minando la pareja. En ocasiones la mujer se explica diciendo: “si yo sólo quiero que me ayude cuando vea que todo está patas arriba”, cuidado, como ya dije antes puede que el otro vea la mitad del desorden que ves tú y que además le importe también la mitad de lo que te importa a ti. Ellos suelen responder:” ¡pero si yo hago lo que tú quieras si me lo pides!”! Bien, no se trata de esperar como niños, a que me digan lo que tengo que hacer, lo que está bien o mal, como adulto debo asumir mis responsabilidades sin que otro tenga que repetirme constantemente lo mismo ¿o aceptaríamos un comportamiento igual de un subordinado en el trabajo? Por eso es necesario seguir unas reglas mínimas, para no llegar a sufrir el síndrome del quemado en nuestra propia casa.
Para conseguir una situación de colaboración eficiente es preciso un plan de acción como el que sigue a continuación:
- Repartir las tareas domésticas, involucrando en ellas a todos los miembros de la familia. Dejando por escrito las funciones que desempeñará cada uno.
- Establecer los turnos de trabajo en casa, con un horario que esté a la vista de todos.
- Flexibilidad para hacer cambios de horarios y tareas, siempre avisando y consensuando el cambio.
- Nunca rehacer algo que otro ha hecho, aunque nos parezca que está mal, tampoco criticarlo infravalorando el esfuerzo.
- Si alguno de los miembros olvida una tarea se le puede avisar dejando una tarjeta roja en su habitación con la tarea pendiente, y éste debe subsanar el error en el momento de leerla. Nadie debe asumir una tarea de otro si no se ha avisado o pedido un cambio.
Ojo!! La tarjeta no debe contener más información que la tarea que ha quedado sin hacer, las coletillas graciosas o irónicas solo llevarán al conflicto. Y es conveniente tener preparado un taco de cartulinas por si acaso.
Proponer una lista de sanciones adecuadas al incumplimiento del deber de cada uno, como por ejemplo, eliminar horas de uso del ordenador, quitar determinados dibujos si es un niño o reducir horas de ordenador, dar un masaje al compañero/a de 15 minutos, ver el programa favorito del otro o acompañarle al cine a la peli que elija sin discusión.
Lo ideal es consensuar las sanciones entre todos, pero sobre todo hay que tener en cuenta que deben realizarse de forma inmediata al incumplimiento de la tarea, que deben ser proporcionales a la infracción cometida y que de ningún modo pueden pasarse por alto.
Al principio, consensuar un premio por el cumplimiento de las tareas al final de la semana o el mes también puede ser un incentivo, pero hay que tener cuidado pues premiamos un deber, no una conducta de excelencia.
Y siempre, buen humor y mucho cariño que así las cosas se llevan mejor y se disfrutan más.
Aunque parezca demasiado estructurado y costoso, lleva poco tiempo y es eficaz si se trabaja en equipo y se es constante. Al final, el trabajo de “trabajar en casa” no es más que organización, pero de todos.
Cristina Carmona Botía
UP! Psicologia & Coaching
cristinacarmona@generacionfenix.com