Cuando una persona entra en pánico puede llegar a perder el control completamente. Dependiendo de la severidad de ese descontrol emocional, donde las pasiones mandan sobre la razón, pueden llegar actos de los cuales luego tengan que arrepentirse, en ocasiones, el resto de su vida.
A esos arrebatos de ira y de violencia Daniel Goleman los cataloga como «secuestro emocional»; un momento donde las acciones son guiadas por emociones inmediatas que excluyen …y «amordazan» la razón.
La amígdala, de un tamaño que no supera el de una almendra, es la «palanca» en todo este proceso. Se encarga de todos los sentimientos, la memoria emocional y, como consecuencia, su relación con las pasiones. Cuando algo es prioritario para la amígdala, ésta no confirma esa percepción, sino que como un resorte adopta una conclusión y dispara una acción. A veces desafortunada y de consecuencias inimaginables….

Como si de un safari se tratase lo primero que hay que hacer es saber identificarlo. Si no sabes que estás enfadado difícilmente podrás detenerlo o modularlo. Hay que tomar conciencia asumir nuestra responsabilidad frente a terceros.
Generalmente se produce en nosotros una reacción repentina que viene acompañada de una emoción muy fuerte que nos invade, y al mismo tiempo notamos cambios físicos como el aumento de la temperatura corporal y pulsaciones.
Algunas personas también pueden llegar a sentir opresión en el pecho, palpitaciones y ansiedad, lo cual nos indica el grado de tensión y el desgaste energético al que el organismo, en un breve espacio de tiempo, se ve sometido.
No hace falta decir que, por supuesto, las consecuencias para nuestra salud pueden llegar a ser devastadoras, sobre todo si estos secuestros tienen lugar de manera habitual y son de gran intensidad.
Con todos estos ingredientes, el secuestro siempre acaba en cansancio, desorientación y arrepentimiento.
Durante el «secuestro» por la amígdala, la emoción relega a nuestra razón un paso por detrás de nuestras propias acciones. Estamos bajo su control y, por lo tanto, nuestro comportamiento tenderá a ser muy impulsivo e infantil en ocasiones.
La ira es una emoción que bien canalizada es motor de acciones positivas. Sin embargo, aquí toma las riendas de nuestra conducta en su formato negativo. Esa emoción primaria suele acabar en gritos, portazos, descalificaciones y, en el peor de los casos, en violencia física.

Cuando la parte racional retoma el control, el «secuestrado» se encuentra física y mentalmente agotado. La frase típica de muchos «secuestrados» arrepentidos es «perdí la razón y por eso lo dije o hice».
Como podemos imaginar, saber identificar a tiempo un secuestro emocional, resulta imprescindible para tratar de impedirlo, o bien para alejarnos de las causas que provoca en nosotros esa tensión desmedida.
Así que una vez identificados los patrones de nuestro secuestro emocional, lo que se trata es de incorporar alguna técnica o anclaje que nos ayude a no perder el control racional de nuestra conducta. O dicho de otra forma, debemos aprender a controlar nuestro temperamento ante los primeros síntomas.
Cabe destacar que un estado físico de excitación dura aproximadamente unos 20 minutos para aclararse mientras el cuerpo regresa a homeostasis (equilibrio o estabilidad en la conservación de las constantes fisiológicas). Por lo que a veces vale la pena contar hasta 100 para que se disipen los malos pensamientos y, con ellos, el caldo de cultivo que hace que se dispare la «dichosa amígdala».

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