Norma Excepcional era la monologuista del momento. Y el momento era esta noche.
Su éxito a nivel nacional se debía, sobre todo, a su forma deliberadamente varonil de vestirse, moverse y expresarse, con ese deje pasota y unos registros graves en el tono de su voz. Pero yo no era su fan por eso. Yo tenía otros 2 motivos.
El contenido de su discurso. No me gustaba su forma de actuar, su puesta en escena obligada por el público, sino el argumento, los monólogos que ella misma preparaba. Ahí estaba su talento.
Y su cuerpo. Me perdonaréis por ser tan directo, y yo perdonaré vuestra ignorancia: ¿qué es un cuerpo? Para vuestra información, la cara forma parte del cuerpo. Y también el cerebro. Y yo estaba perdidamente perdido por la totalidad de su cuerpo. ¿También por sus curvas? Pues claro: si no te pierdes estás perdido. Pero lo mío tenía mérito, ¿eh? Ella me atraía sexualmente a pesar de su imagen. Todos la adoraban por sus maneras… y yo por sus formas: ¿nadie las descubría detrás de sus ropas amplias? ¿Era yo el único que descifraba su belleza sobre el escenario? ¿El único que soñaba con escapar con ella en la noche, amaneciera o no?
En sólo una hora, después de cenar, por fin iba a verla en directo, en el teatro. Y yo acudiría solo, como a mí me gusta ir al cine o eventos así: ¡no son para hablar! ¿Qué es eso de ir al cine en pareja o en grupo? Así no se interacciona, esos actos son para empaparse del espectáculo sin que la persona de al lado te interrumpa. De modo que ahí estaba yo, en la barra de un restaurante, cuando una chica se sentó a mi lado, y pidió una cerveza y una minihamburguesa. Su voz me llamó la atención lo justo para girarme, y verla me llamó la atención lo justo para seguir mirándola. Vestía unos vaqueros cortos ajustados, y una camiseta roja escotada que sin embargo no lograba eclipsar la expresión de su cara: ajena, despreocupada pero pensativa.
-Sí, estoy aburrida –me dijo cuando dejé de mirarla-. ¿Tú no? Me extrañaría.
Sorprendido, respondí:
-Lo estaba, pero tu comentario me ha distraído… De todas formas, en breve estaré riendo –y señalé la ventana que daba al teatro.
-Ah, eso… Bueno, quizá no tengas que esperar tanto –y acercó sus ojos a los míos.
-¿Cómo…? ¿Norma? –fue la última palabra que fui capaz de articular sin taquicardia.
-Te ha costado reconocerme, ¿eh, colega? –pronunció ya con tono grave, escupiendo el personaje que yo tanto odiaba… Pero como si leyera mis pensamientos, volvió a su tono natural y femenino-. Pero mira… Como aún no me he comido la hamburguesa, y se me está haciendo tarde… Esta noche no me cambio, que les den. Hoy actuaré como voy vestida, factor sorpresa.
Y en efecto (y tanto), así la vi desde mi butaca del teatro, entre las exclamaciones del público. Cuando por fin se hizo el silencio, Norma comenzó:
-Esta noche follo.
Las carcajadas predecibles no se hicieron esperar. Por muy provocativa que vistiera, su lado “macho” salía a la luz. Pero error: la gente no reía por su pose masculina. Ni siquiera se daban cuenta de que ya no existía. Sin saberlo, sólo se reían porque ella había conjugado inesperadamente el verbo follar. Y yo, al contrario de lo habitual, esta vez no admiraba el contenido, sino el continente de su piel y su voz verdadera, contemplándola como un extraterrestre a quien nadie jamás entendería… Y Norma continuó:
-Sí, mamá… (sé que me estás viendo por la tele) Esta noche follo. Si tú lo sabes, que soy una adicta al sexo, por eso estoy aquí arriba. ¿Ves esos hombres de abajo? Coño, que los enfoque la cámara. Pues todos me quieren follar. Y no voy a entrar en el chiste fácil de que sus novias están al lado. No. De hecho, es probable que algunas ya se hayan ido… Mamá, no me esperes dormida. Sufre. Que ya te vale. ¿Te acuerdas de todos esos castings a los que me apuntaba? Sí, cuando tú te creías que me acostaba con el jurado para ganar el concurso… Pues no, tranquila: en realidad me presentaba al casting para acostarme con el jurado. Pero ¿sabes qué? Que ya he subido el listón. Pero no te duermas, ¿eh? Quiero que tengas sueño cuando yo llegue por la mañana, así te callarás y dormiremos las 2. A ver, te cuento más cosas para que te preocupes… Esta noche había un hombre a mi lado en el bar y me ha mirado las tetas. ¿Y sabes qué más? Pues que el pobre no podía evitarlo, pero al final he descubierto que me aprecia por lo que soy. Y resulta que casi nadie sabe quién soy… Ni siquiera tú, mamá. Ni los hombres estos de abajo. Así que me he dicho: “Norma, aquí hay que hacer algo”. Y cuando el chico del bar se ha ido al baño, he apuntado mi teléfono en un papel y lo he metido en el bolsillo de su chaqueta para follármelo luego. Mami, ¿crees que me llamará? Sufre, sufre… ¿Qué haces? No, espera… Es inútil que vayas a la cocina, siéntate y sigue viéndome por la tele como una perdedora… Me he traído todos tus ansiolíticos.
Mi chaqueta. Un hormigueo entre ella y yo. El bolsillo. ¿Le habría inspirado yo una historia inventada o estaría diciendo la verdad? Si en mi chaqueta no había ningún papel, los segundos más felices de mi vida no serían a solas con Norma, sino los que transcurrirían hasta que yo explorara mi bolsillo vacío… Por eso quise que fueran muchos segundos, quise alargar mi felicidad hasta el final de su actuación.
Esa noche, mientras todos reían, yo soñaba…

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