–La Economía no decide un país; es un país el que decide la Economía.
Ese grandilocuente mensaje se convirtió en la idea fuerza de la campaña de Lázaro Vidal, la misma que le llevó a la presidencia del Gobierno unos meses atrás. Para muchos había sido una sorpresa su victoria, como lo fue el ascenso meteórico de Belén Sastre, su esposa, dentro del segundo partido de la oposición.
Lejos de alentar a Belén para que abandonara la política hasta que Lázaro dejara de ser presidente, en su partido celebraron la carambola y la usaron para transmitir una imagen de exquisita tolerancia. Por su parte, Lázaro Vidal no quiso ser menos y también hizo gala de ser capaz de debatir con la diputada Belén Sastre en el Parlamento por la mañana y de dormir en la misma cama por la noche.
La artificial naturalidad con la que discurrió todo al principio se tornó finalmente en una sincera animadversión. Los encontronazos dialécticos de la política alcanzaron una crudeza inusitada que no encontró mecanismo de compensación al irse a dormir. La actitud de ella en los momentos íntimos era de rechazo, un rechazo equivalente al que le producían las propuestas del presidente. Pero eso fue hasta que Vidal comenzó a suavizar sus medidas, buscando apoyos en la cámara y, para qué negarlo, consuelo en la cama.
Así, el pueblo constató que, efectivamente, el destino de su país no lo regían los asuntos económicos, sino los de la alcoba de su estimado presidente.

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