-La verdad, cuando me vine a vivir a tu casa pensaba que atacarías los problemas de raíz.
Dicho esto con voz varonil, Germán se abrió la octava cerveza del domingo, bajó la temperatura del aire acondicionado, y subió el volumen del televisor para conocer el alcance exacto de la nueva lesión de Diego Costa.
-¿A qué te refieres? –tuvo que gritar para hacerse oír María.
-¡Calla!
-… lo que no le impedirá ser alineado contra las Islas Feroe –informó el locutor. Ya más tranquilo, Germán pulsó el icono del silencio en el mando a distancia, cambió la expresión de su cara, dejó asomar vida inteligente por sus ojos, y respondió la pregunta:
-A ver… Te preocupas mucho por tus arrugas, guardar la línea, tener estabilidad emocional… Y por eso usas cremas carísimas, vas al gimnasio a practicar deportes de nombres tan extraños como el precio que te cobran, y lees libros de autoayuda que luego se te olvidan.
-Pues… eso es cierto –reconoció ella-. Pero según tú, ¿cuál es la raíz de cada problema?
-Muy fácil: en lugar de hacer todas esas cosas, procura no arrugar la frente, come poco y equilibrado, sal a correr, y toma tus propias decisiones. Y encima piensa todo lo que ahorrarías…
María no alcanzaba a comprender cómo una mente tan primitiva podía ser al mismo tiempo tan lógica. O mejor dicho: en tiempos distintos.
-Me dan ganas de discutir salvajemente contigo, pero… tengo que darte la razón, has estado brillante y nunca había caído en ello.
-Rectificar es muy sano para la mente… y también es gratis. Además estás de vacaciones, tienes tiempo para meditar –insistió él, justo antes de volver a mutar a su estado vegetativo frente a la pantalla de plasma que lo mantenía hipnotizado durante todo el verano.
Al día siguiente, María ejecutó todas las tareas que había anotado por la noche. En primer lugar, del supermercado se llevó pan integral sin azúcares añadidos, aceite de oliva virgen extra, gazpacho andaluz, naranjas, fresas, lechuga, espinacas, lentejas, tomates y pescado.
Antes de preparar la comida, pasó por el gimnasio para darse de baja.
En una mochila, metió todas sus cremas y sus libros de psicología. Uno de ellos se titulaba “Cómo mejorar a tu pareja”, y ya no terminaría de leerlo.
Por la tarde, llevó la mochila a casa de una amiga, y corrió junto al río con su perra.
Por la noche, dio por terminada su relación con Germán y lo invitó amablemente a abandonar su casa.
Una vez sola, apagó la televisión y el aire acondicionado.
En efecto, todas las medidas adoptadas resultaron ser tremendamente ahorrativas.

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