-Quiero aprender de ti.
Inma rondaba los 25 años, bordeando la belleza absoluta y los límites de esa generación que había perdido la noción del aprendizaje en algún aula sin encanto, en algún parque con litronas. Al principio de su relación con Fede, 13 años mayor que ella, no soportaba esas correcciones involuntarias a las que él la sometía.
–Lo siento, no puedo evitarlo, es superior a mí –se excusaba él-. Uno tiene sus manías.
-Son las manías las que te tienen a ti –se quejaba ella.
Pero ahora, ella había dado el paso: quería aprender de él. Se había rendido para luchar. Intentando llegar a un punto intermedio, él abortó sus impertinentes correcciones en tiempo real, y las iba memorizando en su cabeza, o anotando sobre la marcha, sin interrumpir esa voz femenina que lo había cautivado… incluso con sus errores gramaticales. Por WhatsApp y Facebook, las erratas también eran ortográficas; y al ponerse el Sol, llegaba la hora de la lección.
Inma solía llegar a casa sobre las 20:30, tras una prolongada jornada de oficina en la que tenía que lidiar con clientes y jefes machistas de distintos ímpetus y ganaderías. Lo primero que le apetecía era abrir el frigorífico para encontrar una cerveza que refrescara su interior abrasado. Y siempre, en la puerta del electrodoméstico, encontraba una nota de Fede que le hacía sonreír. La de ese día rezaba como sigue:
<<Erratas del día cometidas por Inma. Fuentes: persona, teléfono, Facebook, WhatsApp.
1- “Aún así” => Cuando ‘aun’ equivale a ‘incluso’, no lleva tilde; sólo la porta cuando significa ‘todavía’.
2- “Habían 5 personas” => Debes decir “Había 5 personas”, porque en presente sería “Hay 5 personas”, y no “Hayn 5 personas”, ya que se trata un verbo impersonal, a no ser que utilicemos tiempos compuestos: “Habían comido”.
Y hablando de comer: ¿comemos juntos mañana? Te quiero>>.
La sonrisa de Inma se prolongó hasta la última palabra de la nota y más allá. Él tenía razón: merecía la pena mejorar, dominar el lenguaje para poder construir, crear… Incluso le sería útil en su trabajo, para poder controlar a ciertos sujetos reales.
Acariciando la medianoche, Inma cerró los ojos para adentrarse en un sueño. En él, ella conseguía llegar al final del día sin haber cometido un solo fallo, y la nota en el frigo estaba en blanco. Sobre las 2:00, fue incapaz de percibir el suave beso de su chico, que llegaba de trabajar en su bar sin pretender despertarla.
Al día siguiente, comieron juntos en un restaurante elegido por Fede, que intentaba recrear una noche romántica que nunca podían compartir. Luces bajas, velas, ventanas lejanas y pequeñas, vino de Ribera, música de fondo en portugués… y brindis para olvidar que eran las 15:00 de una jornada laboral. Chocando su copa contra la de él, la joven sonreía y se concentraba en hablar correctamente.
Cuando la noche se hizo real, Inma corrió hacia su frigo como una estudiante de instituto, con la ilusión de haber aprobado ese día, como si la nota pudiera refrescarla más que la cerveza que la esperaba detrás. Sin embargo, las palabras escritas no le arrancaron sonrisa alguna esta vez, sino una lágrima indefinida que se estrelló contra el suelo.
<<Enhorabuena, hoy has cometido una sola errata: no me has dicho que me quieres>>.

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