Para Jaime, aquella Nochebuena sería la última.
Metido entre papeles, entre noticias, ordenadores, había vagabundeado entre ejércitos de trepas, subido a su poltrona, con la virtud primorosa de no resbalar, ante tamañas zancadillas.
Tres meses le habían dado, diagnóstico preciso de doctor, para dejar resuelto todo el tetris montado, una dirección de periódico, el de más tirada real y virtual de la ciudad y dos subdirectores, para aguantar el peso del futuro.
Jorge, trepa natural, cotilla, misógino e informador interno, había descubierto la liberación sexual de Paula, la otra subdirectora, bella hasta la extenuación, treinta y seis años, becaria desde los veinticinco en el periódico, superaba en belleza, trabajo e indecisión femenina a su rival, con valores eran tan válidos como los de ella, pero algo más estabilizados y con veinte años más a sus espaldas.
Jaime llamó a Paula, su complicidad había sido infinita en aquellos once años. Era Nochebuena, nevaba en el exterior de aquel ático.
Llamó a su mujer, no podía volar a casa, se verían en Navidad, el aeropuerto estaba cerrado.
Se quedó solo con Paula. Su deseo equilibrado, soportado y mantenido a raya, se había desbordado en el estudio de pros y contras. Sus cuerpos desnudos se mezclaron. Jaime sabía de la tendencia, y la aventura de Paula con su amiga, con la que pretendía adoptar un niño, pero la deseaba o tal vez pretendía como siempre estudiar, su personaje favorito.
Se metió en sus ojos y en su cuerpo en aquel sillón. Su sujetador desenganchado, rehabilitaba la juventud de Jaime, sus curvas vigorosas, su tanga, bajo su sueter, le hacían vivir el sueño, arrinconado durante tanto tiempo.
A la mañana siguiente, muy temprano, subió con un par de rosas y el desayuno. Le explicó a Paula, sus intenciones, dejar a su mujer e irse con ella, vivir los tres últimos meses de su vida a su lado. Paula, se mostró tirante, su deseo, su “amor” desbocado, se tornaba en pereza y batalla ganada. Se negaba a cumplir lo que Jaime, “enamorado”, le pedía.
Jaime, jugó a salir de aquella situación, se marchaba sin dejar claro, a quien elegiría, cuando le contó a Paula que en su email habían aparecido fotos de la noche anterior, grabadas por Jorge y sus cómplices de seguridad del edificio. Tendría que dejar la subdirección a Jorge, para que aquel affaire quedara entre las cuatro paredes de aquel edificio.
En ese instante, la devoradora, calculadora y de corazón frío salió de su madriguera. Paula le obligó a firmar un papel, donde confirmara su elección , le importaba un bledo Jorge y sus chismes dentro del periódico, pero creía que a Jaime podría dañarle su entorno familiar, tanto como para caer en las garras de su chantaje.
Jaime parecía salir decepcionado de su despacho, firmado aquel papel. Sin embargo, había elegido, cumplido su deseo y se había percatado que en aquel bosque de hienas, Paula, era el personaje ideal para seguir en su ático, sin miedo a caer. Paula, era esa barra de hierro que no se doblega, que mata por su primer principio y vive ajena al mundo, en la sombra de su ordenador y su trabajo.
La psicología de Jaime y su instinto no habían fallado. La mesa de dirección del periódico, tenía una carta, cuatro días antes de Nochebuena encargándole la dirección del periódico a Paula. Había pedido que ella no fuera informada hasta después de Navidad. Las fotos no existían. Jaime había ganado la batalla y un director para su amado hijo, su periódico.