En este paseo que estamos dando por Nueva York no puede asignarse un día concreto para acercarse a cualquiera de sus rincones, más allá de los horarios de apertura y los días en que permanecen cerrados al público algunos museos, edificios, monumentos o lugares emblemáticos. Pero sí hay un día a la semana que recomendamos reservar para adentrarse en uno de los barrios más representativos de esta ciudad. El domingo debería ser el día reservado para pasarlo en Harlem. Y hay que madrugar.
Junto con Brooklyn, tradicionalmente identificado con la comunidad judía, Harlem es el barrio más populoso de la ciudad y el que se reconoce por antonomasia como ámbito de un grupo étnico, en este caso los afroamericanos, que han convertido este distrito en una auténtica seña de identidad cultural, social, humana.
Durante décadas ha sido un hervidero de las diversas manifestaciones de un grupo humano cohesionado en torno a una idea: la defensa de su papel dentro de una nación que nació teniéndolos como una herramienta de trabajo a la que explotar y progresivamente ha ganado su dignidad, su libertad y su igualdad.
Esto se traduce en distintas sensibilidades que varían entre lo reivindicativo, lo festivo, lo apocalíptico y lo integrado, tomando la nomenclatura forjada por Umberto Eco. Paseando por las variadas zonas de Harlem reconoceremos en la transición arquitectónica de grandes bloques de viviendas con decenas de pisos pespunteando zonas ajardinadas entre las que se desparraman pistas deportivas que nos recordarán películas ochentenas de Spike Lee hasta arracimadas manzanas de residencias apacibles de tres o cuatro plantas, reconvertidas en muchos casos en condominios de apartamentos a los que se accede por esas típicas escalinatas en las que la televisión nos muestra a amantes o pandilleros (según el caso) contemplar la vida pasar mientras que alternativamente las fachadas lucen escaleras antiincendios o cartelería que anuncia salones de decoración de uñas o peluquerías.
Pero en esta mañana de domingo que estamos dedicando a conocer este barrio hay una categoría de edificios que deberá centrar nuestra atención: las iglesias.
Con campanarios que se alargan hacia las nubes y cuyos templos adyacentes muy bien podrían encontrarse en Centroeuropa hasta modernas construcciones absolutamente despersonalizadas por fuera pero en cuyo interior aguarda un bullicioso templo donde se celebra el oficio religioso más importante de la semana, el del Día del Señor.
Convendría advertir que la misa gospel a la que el forastero acude como si de otra atracción se tratase no deja de ser la manifestación (intensa, festiva, espectacular incluso) de un sentimiento religioso y lo primero que debemos hacer es interiorizar el respeto por un ritos unas costumbres que, incluso aunque compartamos creencias, no es el nuestro. No asistimos a una representación artística aunque evidentemente el componente musical y la forma en la que los participantes de la misma lo viven nos lo podrá parecer, pero debe imperar el respeto y por ello habrá que observar algunas precauciones.
Por ejemplo, es cierto que hay algunos templos en que la parte “espectáculo turístico” se potencia, pero también pasaremos ante algunas iglesias en las que el turista no será bienvenido. Con educación pero con firmeza nos impedirán la entrada, así que continuemos nuestro paseo hasta otro lugar en el que sentarnos al final de la bancada (o en el piso superior) y una vez sentados concienciémonos de que habrá sermones, lecturas, música que nos llegará al alma y admoniciones varias durante probablemente más de una hora.
Una vez alimentada el anima tocará alimentar el corpus, y el almuerzo o brunch dominical en Harlem tiene un nombre: Amy Ruth’s. En la calle 116 a la altura con Lennox Ave. nos ofrece suculentos platos de cocina sureña con los que deleitarnos el paladar, un buen momento para saborear sus especialidades de pollo y así acumular energía para acercarnos a lo que podríamos denominar el centro neurálgico del barrio, el corazón de la negritud: la zona que gravita entre los ejes del Bulevard Malcolm X y la calle Martin Luther King, jr.
Junto a tiendas de todo tipo (abiertas pese a ser domingo) con ropa de las marcas más lujosas, una inabarcable oferta de zapatillas deportivas en Atmos NYC y outlets a precios irresistibles deambularemos entre múltiples puestos callejeros entre los que es más que recomendable para los melómanos detenerse en aquellos que venden CD, digamos, no oficiales, de la casi infinita oferta musical que debemos a la creatividad negra: desde blues polvorientos que nos remiten al delta del Mississippi y a guitarristas que vendían su alma al diablo en una encrucijada, a los ritmos de Chicago o Detroit que llenaban salas de fiesta y discotecas a lo largo de las décadas hasta el universo jazzístico o rapero, universos en sí mismos.
Estamos, no hay que olvidarlo, en la misma calle donde aún se alza uno de los templos de la música negra, el mítico Teatro Apollo. Aún subsiste dotado de un halo legendario y no sería mala idea consultar con antelación su programación para asistir a alguna actuación, bien de algún artista conocido y admirado o bien de algún grupo o artista desconocido con el que sorprendernos al descubrirlo.
A modo de fractal de la propia ciudad que contiene este barrio, si en el corazón de Manhattan encontramos Central Park, en el corazón de Harlem se encuentra el parque Marcus Garvey Park, una zona verde en esta ocasión cuadrada, no rectangular, pero que supone un delicioso pulmón verde desde el que además se puede apreciar el bello paisaje circundante.
Alejándonos del centro de Harlem en dirección al río Hudson accedemos a la Universidad de Columbia y el King’s College, importantes centros académicos que en este domingo que hemos elegido para dedicarlo a esta zona de la ciudad no contarán con la animación de un día laborable pero que a cambio permitirán, con esa tranquilidad, facilitar nuestro tránsito hacia la siguiente parada en nuestro domingo en Harlem, de lo que nos ocuparnos en una próxima entrega: la catedral de San Juan el Divino, merecedora de capítulo propio.
Por Antonio Rentero
Redactor de The Inquirer, Director y presentador del programa “El hombre dos punto cero” en RomMurcia.
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