La guerra contra Ucrania es una ofensa a la Humanidad

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Impotencia y rabia

La noche se torna peligrosa, y extiende sus tentáculos mortales. Desde la oscuridad persigue a los más débiles. La crueldad y la ruindad se ceban con los que menos respuestas pueden dar.

Lloran los más pequeños, se afligen los ancianos, experimentan todos los dolores de la tormenta, de la pesadilla que nos escuece al conjunto. Siguen las bombas que rompen, que siegan, que matan, que fragmentan, que asolan, que nos funden sin dejar nada en su sitio, en paz.

La guerra ha estallado, una lid que, como todas, se sacia con los más vulnerables. El estruendo nos paraliza. Las garras se afilan y se clavan en corazones inocentes.

Toman decisiones viejos locos con siniestras demencias que imponen sus criterios frente a la cordura. Los que aparentan tener dos dedos de frente se quejan, pero no intervienen. Dicen que actúan, que harán.

Entretanto, mueren más niños, y más mayores, así como adultos recién formados, junto a padres y madres de familias que estallan. Ya no reina la felicidad, huida con la indignante pugna, por un excesivo conflicto.

Se multiplica la rabia, la impotencia, y proliferan los agobios sin norte ni sur, a la par de unas miradas golpeadas por el clamor indómito. Las madres sollozan por el devenir de sus hijos. Éstos ven la inmensidad de la pérdida. Corren todos a la nada para reclamar otro ciclo sin finalidad. El trance es duro, terrible.

Ucrania es agredida por Rusia. El hermano mayor se convierte en un padrastro sin escrúpulos. De hecho, repite su papel histórico. Gentes inocentes caen en las calles. La sangre inunda unos entornos otrora pacíficos.

La comunidad internacional discute qué hacer mientras masacran a más gente y la pena se expande. No había previsión de esta hecatombe, o, de existir, se prefirió no pensar. Hay remedios que cuestan, pero, por no enfrentarlos, las respuestas, las medidas, por desfasadas, por tardías, pueden ser inmensamente más inútiles.

Duelen las bombas, gritamos de pesar por Ucrania, siendo conscientes de que esta impotencia, de continuar la oquedad, nos puede rozar también a nosotros, al resto de Europa, más pronto que tarde, y, entonces, estaremos probablemente más débiles. ¡Parece mentira que nos emplacemos en el Siglo XXI!

Por favor, aprendamos del pasado y no repitamos errores. Se suceden las horas. La dilación contabiliza vidas, fermenta la carencia de fe, y gesta opciones más paupérrimas y complejas. No reiteremos pasividades pretéritas. Por favor.

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