–Hay dos tipos de hombres: los que han puesto los cuernos a su mujer y los que se los van a poner.
Eso dijo a Joaquín su jefe de departamento, Andrés Menéndez, en la pausa para el café. La categorización venía a cuento de la cena de Navidad de la empresa de esa noche, después de que uno de los adjuntos de dirección propusiera por lo bajini acabar la velada en el D’Angelo’s. El club tenía especial querencia por las chicas de aspecto árabe que, según decían, daban más morbo.
Joaquín llevaba doce años de matrimonio sin sobresaltos, lo cual le había hecho pensar en más de una ocasión que su vida sentimental resultaba tremendamente monótona. Y ese pensamiento vital le conducía a veces a preguntarse si no se estaba perdiendo algo, si nos referimos a la cantidad de chicas guapas que le habían disparado las hormonas. No, él no era de esos. Solía acordarse de la frase de su padre el día de su boda: “No hay mayor compromiso que hacer el amor con la mujer que amas, y sólo con la mujer que amas”. Y a Joaquín le gustaba pensar que él era una persona comprometida. Le daba seguridad. Le hacía sentir bien. Pero esa noche iría al D’Angelo’s con el resto.
Dos días después de la cena de Navidad, Menéndez le interrogó con la mirada frente a la máquina de café.
–¿Sabe, señor Menéndez? Hay tres tipos de hombres: los que saben contar y los que no.
Realizador y guionista.
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