Ni en el más optimista de sus sueños Alfredo podía imaginar que la convención multinacional de su empresa en Miami fuera el motivo para encontrarse con una diosa como Sofía Vergara, ambos víctimas del extravío de su equipaje. Alfredo sólo llevaba lo puesto, lo que le facultaba únicamente a ir al hotel a esperar que British Airways localizara su equipaje y se lo mandara allí; Sofía, de escala, había olvidado el billete a L.A. en la maleta facturada.
Alfredo, dispuesto a averiguar si los milagros existen, decidió quemar todas las naves y mostrar disimuladamente todo su potencial seductor. El milagro se obró y Sofía pasó con él de unas risas con sus chistes de andaluces en el aeropuerto a un par de días de desconexión absoluta en la habitación de un hotelito cercano. Los revolcones se sucedieron hasta el paroxismo, como demuestran los selfies indecorosos que se hicieron irreflexivamente en plena faena.
Dos horas después de despedirse, Alfredo tuvo ese acceso tan absurdo, tan masculino –y puede que tan español– de contarlo. Estaba a un click de compartir con sus quinientos y pico amigos de Facebook su aventura con la diosa, ilustrada con un par de las fotos. Dudó. En su empresa sabrían por qué no acudió a la convención –motivo de despido procedente, por supuesto–; su mujer se enteraría de su affaire y decidiría continuar su vida y la de sus hijos con otro hombre. Era consciente de todo ello pero… ¡joder, se trataba de Sofía Vergara!
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Realizador y guionista.
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