–¿Se puede saber qué significa esto?
Víctor dio un respingo en su asiento y le pareció que la sangre se le paraba en la venas por unos segundos.
–¿Es a mí? –preguntó ridículamente, buscando de reojo a alguien más en la habitación.
–Por supuesto. A quién si no. –le respondió el tipo que acababa de diseñar desde la pantalla de su ordenador.
Víctor había trabajado en ese personaje desde hacía diez días, justo desde la muerte de su padre.
–Oye, ¿quieres hacer el favor de cambiarme? Es muy patético esto que haces.
–Tú… tú… Es muy… ¿Puedes hablar? –reaccionó ojiplático Víctor.
–Puedo hablar, puedo moverme y puedo darte una colleja si te pones tonto. Como él –con como él se refería al padre de Víctor–. Me das su cuerpo y su cara de mala leche, me pones frente a un lienzo y lo rematas con un maquillaje a lo Jocker para intentar que no se note demasiado que soy tu padre.
–¿De qué hablas? Tú no eres mi padre.
–Entonces dibújame como un súper héroe, hostia. Dame unos buenos músculos y una moto de escándalo, no una mierda de pincel.
–...Esto es muy raro. No sé qué hago hablando con un dibujo.
–Tienes que aceptar su muerte, no tratar de recuperarlo dibujándome como si fuera él. A todos los cuarentones lloricas os pasa igual: no os aterra perder a un padre, sino mirar arriba, no ver a nadie y ser conscientes de que sois los siguientes en la lista.

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