–Nos tuteamos, ¿no? –dije a la recepcionista de la agencia de modelos.
Desde cumplidos los cuarenta me alarma la cantidad de jóvenes que me habla de usted.
Había acudido a la agencia a acompañar a mi estilizada y adolescente sobrina, tras la firma de su primer trabajo como modelo. Algo en mi interior –y ese algo se llama crisis de los cuarenta– me dijo que en mí podrían tener a un madurito resultón para las campañas de productos dirigidos a personas de mi edad. Así que, durante la sesión de fotos a mi sobrina, comencé a moverme de un lado para otro de la sala como un pavo real. Haciéndome ver, vamos.
–Señor, ¿le importaría ponerse junto a esa puerta? Está usted haciendo sombras –escuché.
–De tú, de tú. Ya me quito.
Lo siguiente fue una serie de movimientos subrepticios en busca del punto de mira de la chica que manejaba el cotarro en todo ese tinglado. Pero eso fue hasta que tropecé con un cable y tiré un foco al suelo. Casi me cargo al fotógrafo, un mulato brasileño con los pantalones por las corvas.
La hora de irnos llegó y quise quemar mi último cartucho para que se fijaran en mi cuerpo serrano. Me acerqué a la mandamás y le pregunté con una mano en el bolsillo a lo Raphael y sacando morritos:
–¿Mmme voy?
La chica me clavó una mirada de metal.
–Sí… Y no vuelvas.
Al menos me ha llamado de tú. Algo es algo.

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