Lo encontré en un viejo bar que parecía vacío, a pesar de su oscura presencia en la noche avanzada. Me costó identificarlo, estar seguro de que era él, porque ya no parecía llenar el espacio, ni sus ojos proyectaban aquel brillo entusiasta de la luz original. De hecho, tuve que acercarme a la barra a preguntarle:
-Perdone… ¿es usted El Gran Zyro?
Me miró. Dibujó la semi sonrisa más triste que he contemplado en la vida, y sin vida respondió:
-No. Pero te juro que lo fui.
Dejó de mirarme. Se concentró en su vaso rebosante de whisky, y añadió:
-Algún autógrafo te firmé hace años, ¿verdad?
Recordé. Noches de animación, aplausos y risas, en ese mismo bar que tampoco parecía ya el mismo… Zyro, el mago de moda en la ciudad, hacía desaparecer una carta, una paloma, un pañuelo, una chica… y luego todo volvía a aparecer en el mismo sitio o en otro, incluso entre el público. Hasta que un día fue él quien desapareció de la programación de eventos.
La vuelta al ingrato presente me resultó ciertamente incómoda.
-Sí… Sus actuaciones eran magistrales… Pero ¿por qué dejó de actuar? Si me permite la curiosidad…
-Pues… cometí un error irreversible, ¿sabes? Yo era capaz de hacer desaparecer las cosas, y luego traerlas de vuelta. El público, vosotros, creíais que era magia… y lo era. Eran trucos, pero los trucos son magia cuando se hacen con ilusión. Sin saber cómo, una noche hice desaparecer algo que no debía, y eso me hundió para siempre.
-¿El qué? –pregunté mientras Zyro daba un trago de pausa.
-La magia. Y sin ella, ya no tienes el poder para traerla de vuelta. Perdí la ilusión, fue como una tormenta que arrasó con todo, sin motivo… Creo que es el paso del tiempo, un punto de inflexión que me envejeció en un instante. Desde aquella noche, todo desaparece poco a poco, y ya no vuelve jamás: los aplausos, el público, las actuaciones -y volvió a mirarme, como leyéndome el pensamiento, y su voz se tornó más sombría-… el brillo de mis ojos.
Cruelmente, de fondo sonaba “Lágrimas al suelo”, de Nacha Pop: “Hubo un mago en la ciudad que actuaba en un local sin magia…” La camarera, inquieta, miró la pantalla del ordenador, pero no se atrevió quitar la canción a la mitad. Quizá conocía a Zyro.
–Vaya, lo siento de veras –tuve que carraspear para continuar-. Ahora que lo dice, recuerdo que sí, que la gente empezó a admirarlo menos, gradualmente; la crítica se cebó injustamente con usted y pasó de moda. Aun así, usted era un genio, y eso nunca se pierde del todo.
–Hazme caso, eres joven… Nunca pierdas la magia, la ilusión por lo que más deseas, tus sueños… Sáltate tu punto de inflexión, sólo así la magia será infinita. Porque si se va, nunca vuelve.
–Gracias… y suerte –casi lloré entre las sombras-. ¿Hay algo que pueda hacer por usted?
–Por supuesto… Por favor, desaparece tú también. Y te lo digo con verdadero cariño, porque me importas aunque casi no te conozca. No soporto que mis antiguos seguidores me vean acabado.
Apuré mi cerveza, me despedí y me encaminé a la salida. En la esquina de la barra, me detuve para pagar mi consumición, pero la camarera me propuso un trato en voz baja:
-Estás invitado. A cambio, ¿serías tan amable de colgar este cartel en ese clavo junto a la puerta? Es una sorpresa para un amigo –y me guiñó un ojo con picardía.
Obedecí de manera automática, tanto que no leí el cartel hasta después de haberlo colgado:
“Zyro, el retorno de la magia infinita. Próximo sábado 22:30”.
No pude evitar volver la mirada antes de irme. Zyro había leído el anuncio. Y sin darse cuenta, ya había realizado el primer truco de su nueva etapa: el contenido de su vaso había desaparecido de repente. Y el brillo de sus ojos había vuelto a aparecer en el mismo lugar de siempre.