«Vente de MILF» fueron las instrucciones para acudir a su casting número tropecientos mil. El talento de Silvia para la interpretación no era de escuela. Su capacidad para ser otra persona cuando la ocasión lo requería era algo innato. Y la había cultivado desde bien chica a través de los miles de personajes profundos, tridimiensionales, que había creado como un juego. Ahora, con 39 años, una licenciatura en Derecho Penal y dos críos alcanzando la preadolescencia, lo más interesante que le ofrecían era ser una Mother I’d Like to Fuck.
La fuerza de la gravedad aún no había hecho estragos en sus pechos. Silvia sabía que estaba de muy buen ver; pero también que la belleza absurda y superficial que buscaban para el cine iría irremediablemente en declive. Por otro lado, un segundo sueldo en casa era necesario tal y como estaba la vida.
El conflicto estaba servido: seguir adelante con su pretensión de ser actriz algún día ⏤con la incertidumbre económica que ello supone⏤ o desarrollar la abogacía con un sueldo estable pero alejada de su pasión por la interpretación. Así se lo planteó entre lágrimas a su padre, dueño de un reconocido bufete.
⏤Las dos cosas son posible, querida. De hecho, se complementan a la perfección.
Silvia pidió una explicación con un gesto mientras se sonaba.
⏤Ser abogado penalista significa ser una eminencia de la interpretación, una persona capaz de transformarse en otra para creer sus argumentos ante un juez, aunque se esté defendiendo al mismísimo Bin Laden.
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