Cuando conocí a Roberta, tardé más de media hora en darme cuenta de que su nombre original era Roberto. No es que no se apreciaran sus delicados rasgos masculinos bajo el maquillaje y su discreto vestido estampado, sino que la forma en la que me miraba, el modo en que me dirigía sus palabras dulces y cómo reaccionaba graciosamente a mis comentarios irónicos no lo había experimentado en los decepcionantes doce años que llevaba con mi mujer. Me encontraba sencillamente atraído por Roberta. Además, qué demonios, estaba guapa. ¡Era guapa!
No me costó mucho volver a quedar con ella, experimentar un acercamiento que al principio temía pero del que quedé atrapado. Luego hicimos el amor. Y fue bueno. Al poco tiempo me fui a vivir con ella, perdidamente enamorado.
Un año después, Roberta llegó al límite de su aguante en cuanto a la terrible discriminación que estaba sufriendo en el trabajo. Un trabajo que amaba y que necesitaba. Su decisión fue compleja pero no me opuse: pidió un traslado de departamento y una cita con su cirujano. Un cambio de ciudad, y un cambio de sexo. Roberta volvía a ser Roberto. Sentía menos seguridad, quizá, se veía otra persona frente al espejo, pero estaba conmigo. Y yo… yo seguía viendo su misma sonrisa, escuchando sus suaves palabras al hablar, riendo con sus gestos, tocando el mismo cuerpo al hacer el amor.
Así que no, no soy gay. Pero a estas alturas de la película me pregunto si eso realmente importa.
Realizador y guionista.
Otros microrrelatos de Generación Ficción:
DANY CAMPOS. “CREO QUE HAGO CINE POR CHAPLIN, AL QUE CONSIDERO UN GENIO, JUNTO CON ALBERT EINSTEIN”
Me gusta mucho de lo que hablas, tienes un toque muy particular saludos.
Mil gracias, Daniel. Se hace lo que se puede.
Un abrazo!
Mil gracias, Daniel. Se hace lo que se puede.
Un abrazo! 🙂