Javier fue el número dos de su promoción en la carrera de Física Nuclear –por todos es sabido que los números dos siempre fueron más brillantes y versátiles que los uno, en todas las disciplinas habidas y por haber–.
Decidió aceptar una beca en el Massachusetts Institute of Technology –el famoso MIT–. Tres años más tarde, tomó fríamente la decisión de poner su talento y sus esfuerzos en la robótica, esta vez en la NASA, llegando a diseñar uno de los artefactos más sofisticados y deseados de la inteligencia militar estadounidense: el llamado SIM (Selective Intelligent Missile). Se trataba de la primera máquina bélica capaz de volar aprovechando la energía proveniente del sol y del campo magnético terrestre.
Pero lo que más distinguía esta creación del resto de su especie era que, tras la observación de la situación de conflicto y la elaboración e interpretación de algoritmos internos, era capaz de de tomar decisiones de ataque. Sí, por encima de decisiones humanas, el SIM podía decidir con extraordinaria precisión sobre qué objetivo inmolarse para beneficio de los habitantes del mundo libre.
Sin embargo, la extraordinaria capacidad de Javier para la toma de decisiones fue ridículamente insuficiente en el momento en que Susan, su mujer, uno de esos días en que ella se debatía entre el suicidio por chocolate y el instinto maternal, le formulaba, trapos en ristre y frente al espejo, la siguiente cuestión trascendental:
–¿Qué vestido me pongo para el cóctel con el Gobernador, el negro o el azul?
Canción: A cara o cruz, de Radio Futura

Realizador, guionista y consultor de guión
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