Es curiosa la atención que están despertando en los últimos tiempos una serie de personajes reales, cortados por un mismo patrón, cuya vida y “obra” ha sido y, al ritmo que va la cosa, porque proliferan como setas, seguirá siendo trasladada a la ficción, fundamentalmente a través de varias series televisivas que podemos disfrutar esta última temporada.
En estos momentos tenemos en pantalla: “WeCrashed”, que narra el ascenso y caía de la compañía WeWork; “¿Quién es Anna?”, la historia de una joven que se inventa un personaje de rica heredera para convertirse en socialité neoyorkina e influencer de Instagram, llegando a estafar miles de dólares a bancos y personalidades de la alta sociedad de Manhattan; “Super Pumped”, que cuenta la caída en desgracia de Travis Kalanik, fundador de Uber; “The dropout”, ejemplo, otro más, de cómo empresarios sin escrúpulos reciben un enorme apoyo medíatico y financiero gracias al cual llevan a término estafas de niveles inconmensurables, en este caso Elizabeth Holmes, creadora de Theranos, que vendía como la gran revolución sanitaria una tecnología analítica que era puro fraude; y así podríamos seguir con unas cuantas más.
Claro que si analizamos la reciente política y vida social del mundo en general, y de nuestro propio país en particular, se nos están dejando caer “pildoritas” de lo que a mayor o menor escala podría ser carne de ficción televisiva o cinematográfica, pero que tristemente de ficción tiene solo lo que nuestra mente en ocasiones, en ocasiones tan incrédula, es incapaz de asumir como real ( nos suena ésto de que la realidad siempre supera a la ficción ¿no? ¡pues aquí está!). Porque meditemos, uno está viendo el personaje de Anna Delvey/Sorokin y no da crédito (por no decir que se revuelve de indignación en la butaca) a la manipulación, las malas artes, y la capacidad de seducción que ese mujer despliega, pero sobre todo con qué facilidad lo hace, tal que fueran capacidades innatas en ella, consiguiendo uno tras otro sus objetivos, y lo que tarda en “caer”; uno se pregunta más de una vez hasta qué punto se está creyendo sus propias mentiras; añade a ésto la desesperación/impotencia que sientes cuando ves con qué facilidad todo aquel que entra en su campo de juego se rinde a su despliegue de métodos de actuación y ya para rematar se deja engañar hasta límites insospechados ; aquí podríamos entablar un debate eterno sobre por qué al ser humano le resulta a veces tan difícil renunciar a situar en su lugar al contrario y ponerle las cartas sobre la mesa sabiendo que éste tiene todas las de perder, dicho de otra forma, lo fácil que es dejarse llevar, sin más, creerse las mentiras del otro por mera comodidad o esperando también un beneficio.
Sin entrar a valorar ahora la calidad de estas producciones de ficción, claramente unas mejores que otras, cada una con sus valores, y reconociendo que el personaje de Anna Delvey me apasiona, es más , pagaría por tenerla en el diván y poder hacerle una valoración psicológica, he de reconocer que la serie que más me ha enganchado estas semanas es “WeCrashed”, básicamente por el análisis que hace de los protagonistas, el matrimonio formado por Adam y Rebeka Newman (interpretados magistralmente por Jared Leto y Anne Hathaway), creadores en menos de 10 años de una burbuja que llegó a tener un valor de miles de millones de dólares y cuyas acciones a día de hoy rondan los 4 euros, vendiendo al mundo en su momento que su plan estratégico sería lo más rentable que la historia de la economía llegase a ver.
En WeWork , la compañía cuya historia narra “WeCrashed”, la creación a lo largo y ancho de todo el planeta de oficinas de trabajo compartido se basó en las ínfulas de un gurú de Instagram, se vendió, y ésto nadie lo discute, en base a un carisma y una megalomanía, los del matrimonio Newman, que sedujeron a todo inversor que se les ponía a tiro, de ahí surgió una inmensa pompa de jabón que, como todas, terminó explotando, eso sí, con los protagonistas huyendo con una fortuna y dejando en la estacada a todos los que les auparon a aquella irreal cima. En la serie se deja claro de una forma, a mi modo de ver, magistral, un perfil psicológico de estos dos individuos que como luego veremos, encaja perfectamente en el de las personalidades narcisistas, y que en este caso a medio camino entre el “flower power” y el materialismo nos transmite que el estado actual de las cosas en lo social es producto de los errores de una generación anterior, la de los yuppies, los banqueros, las grandes inversiones, muchos de los cuales se sustentaron en unas bases tremendamente frágiles y virtuales como lo son ahora las redes sociales.
El retrato de Adam Newman es el de un tipo prepotente, arrogante , pagado de si mismo, al que las ansias de éxito y poder ilimitado nublan la objetividad, que se considera único y cree que solo personas especiales de un status alto pueden ser sus compañeros de viaje, que reclama constante admiración (lo cual, paradójicamente traduce una baja autoestima que él nunca va a asumir) y reconocimiento (aunque para ello tenga que exagerar sus logros o poner en valor unos logros inexistentes), convencido de una superioridad que le hace merecedor de un trato favorable o de una aceptación automática de sus deseos, que desprecia a los que percibe como inferiores, falto de empatía (a veces por falta de voluntad, otras por incapacidad), frecuentemente envidioso o creyente de que son los demás quienes le tienen envidia, adornado todo, aunque no siempre, pero en el caso de Newman , sin duda, con un comportamiento infantiloide que por momentos despierta la inquina del espectador, y que en ocasiones hace pensar que si tuviera uno la posibilidad de tener al sujeto delante le diría cuatro palabras bien dichas por no emplear otros términos menos adecuados a la corrección político/social del presente.
El narcisismo, un mito y una forma de ser que han existido desde el origen de los tiempos, expande sus dominios a velocidad de crucero en múltiples ámbitos de la vida social.
Todo ello lleva al personaje y a este tipo de caracteres que, como el título de estas líneas propone, encajan al dedillo en lo que las clasificaciones de las enfermedades mentales describen como “Personalidad narcisista”, a una serie de conductas anómalas como la impaciencia o el enfado cuando no se sienten tratados como creen merecer, al conflicto interpersonal, la ofensa fácil, la ira o el desdén como forma de hacer notar su supuesta superioridad, inestabilidad emocional y de conducta, dificultad para afrontar el estrés y adaptarse a los cambios, frustración por no alcanzar una supuesta perfección, y muy, muy en el fondo un secreto sentimiento de inseguridad, vulnerabilidad y humillación.
Rebeka Newman, como personaje, aún es más rico, si cabe, porque a un componente narcisista claro,pero no absoluto, suma unos rasgos de una personalidad dependiente, en este caso de su marido, que al contrario que él, odiable a cada minuto, la hace vulnerable y en ocasiones una mujer firme que es consciente del vapuleo emocional al que Adam la somete llegando a rebelarse de forma más o menos rotunda; eso sí, al mínimo descuido ahí está él para volver a embaucarla y conseguir que caiga con todo el equipo. En definitiva , otro personaje digno de horas y horas de diván; ambos lo son, pero ella muchísimo más interesante, por compleja, que él, dónde va a parar.
Visto lo visto y teniendo en cuenta, nuestras consultas lo evidencian cada día, que el narcisismo, un mito y una forma de ser que han existido desde el origen de los tiempos, expande sus dominios a velocidad de crucero en múltiples ámbitos de la vida social, no queda otra que asumirlo, la modernidad se impone y parece claro que va muy ligada a este tipo de personalidades; habrá que “abrocharse los cinturones” porque si ésto es así ahora, lo que nos viene puede ser una hecatombe con el deterioro en los modelos educacionales y emocionales que se avecinan.