A Occidente le puede el miedo. Es su talón de Aquiles. Las sociedades que han alcanzado unos niveles de vida nunca imaginados en la historia de la humanidad, en lugar de volverse sociedades más felices, solidarias y generosas, se transforman en sociedades más acaparadoras, más hipócritas, insolidarias y desconfiadas con el resto del mundo. En especial, con respecto de los pueblos y naciones que más padecen.
A gran parte de Occidente, y sobre todo a sus gobiernos y a sus empresas, lo que le interesa es mantener su estatus privilegiado. Y piensan que para prolongar y aumentar esa desigualdad no hay nada como aprovechar su posición privilegiada, sus modernizados y fuertes ejércitos, sus medios de comunicación controlados e influyentes, para ellos autoproclamarse como los veladores de la seguridad y paz mundial.
Muchos gobiernos de Occidente, cuyos nombres todos sabemos, emplean sus medios lícitos y no lícitos para provocar guerras, cambiar regímenes, imponer democracias títeres o falsas. Algún Estado incluso no duda, lo estamos viendo lamentablemente estos días, en convertirse en el abusica, el que pega (bombardea) y aplasta sin compasión al débil, argumentando que el otro pegó primero.
Y, sobre todo, en señalar y sentenciar quién es “malo” y quién no. Quiénes son terroristas y quiénes no. El Movimiento de Liberación de Kosovo, el UCK, por ejemplo, fueron luchadores por su tierra y héroes del pueblo, así dictó EEUU y Europa. Había que ayudarlos y socorrerlos de la agresión serbia. Porque les interesaba.
Sin embargo, otros grupos similares que defienden a sus pueblos oprimidos, algunos ya devastados son catalogados como temidos y deleznables terroristas, porque así le conviene a Occidente que sean.
Pero no hay más terror y más víctimas que los que provocan algunos de estos países de Occidente. Y, los demás, incluso “pacifistas” cómplices, apoyan la agresión o callan y miran para otro lado en el mejor de los casos.
A gran parte de las sociedades de Occidente no les importa que la acción de sus gobiernos causen hambre, epidemias, matanzas, en las poblaciones de los países o zonas más paupérrimas. Sus gobernantes y sus agencias de prensa se encargan de cambiar el relato de los sucesos, de pintar al demonio de ángel protector y al revés.
A las sociedades de Occidente solo le interesa abrigarse en su miedo, casi siempre inventado o exagerado. Un miedo por una amenaza casi siempre magnificada, producto del narcisismo, el egoísmo y, en muchas personas tal vez, causadas por el propio sentimiento de culpa.
Así el pánico infundado se focaliza hacia el posible enemigo de fuera que pueda venir en patera. O por el extranjero que vive entre nosotros, señalado simplemente por su raza o religión.
Tras este prisma occidental allá fuera no hay seres humanos sufriendo y muriendo de hambre por decisiones, directa o indirectamente, de occidente y de alguno de esos países de los que se nos llena la boca llamándolos “aliados”. Solo ellos son culpables y los terroristas de sus propios pueblos.
A los países como el nuestro solos les (nos) preocupa las posibles pandemias, o desgracias, o los sucesos improbables que nunca pasarán y que solo sirve para echar más leña al fuego de su desasosiego.
Y es que al occidental medio solo le preocupa los heridos o muertos de aquí en un incendio en un local de ocio, en un accidente de tráfico. Solo le interesa, porque con esas noticias llenan los telediarios, programas de debate y demás basura televisiva, los fallecidos “nacionales” de una pandemia. Las del resto del mundo, importa un absoluto pimiento. Lo hemos visto y seguiremos viéndolo.

Occidente está libre de mal y “nadie nos quiere”, piensa con desagravio el hombre o mujer occidental, puedes escuchar en muchas conversaciones. El ser humano occidental se limita a abrigarse en su nivel de vida, más o menos cómodo y confortable, unos más que otros, y repudia e ignora lo que pasa en el exterior.
A ellos, sin embargo, a los países pobres, abandonados y arrasados del mundo, las sociedades con familias que ganan de media menos de un dólar para pasar el día y a veces sufren hambrunas, matanzas, a veces por bombardeos y a veces por guerras, no les queda nada.
Le han arrebatado el derecho a vivir dignamente y sobreviven sin las necesidades más mínimas cubiertas. Han destruido sus casas, han matado a sus familias, a sus hijos inocentes. Le han arrebatado todo casi siempre en nombre de occidente y sus valores “superiores” y “democráticos”.
Por no quedarles, ya no les queda ni miedo.