Aunque nos hemos referido a Broadway como la columna vertebral de Manhattan (bien es cierto que con algo de escoliosis quizá por su trazado sinuoso) lo cierto es que desde que la isla adoptó el plan de ordenación urbanística que la configuró como la retícula más famosa del mundo si hay un eje en Nueva York este es la Quinta Avenida.
Y acudiremos para justificarlo a un hecho esencial: las calles transversales a sus avenidas perpendiculares se dividen en Este y Oeste a partir del momento en que se cruzan con la Quinta Avenida, que queda así en posición de línea de cambio de fecha de ese microcosmos que es la isla que en 1609 se inscribió por primera vez como Manna-hatta, palabra que en la lengua de los indios Lenape (oriundos de la zona) significa “isla de muchas colinas”.
Nuestro recorrido por Broadway fue en dirección norte-sur y ahora emprenderemos de nuevo el camino hacia la parte superior de la isla pero recorriendo esta avenida que pasó a adquirir su actual naturaleza comercial que la han llevado a conocerse como “la calle más cara del mundo” después de dos momentos claves: entre 1862 y 1893 la riquísima familia Astor establece en la primera fecha su mansión residencial en la esquina de la calle 34 pasando posteriormente a convertirse en el hotel Waldorf-Astoria al unirse al edificio contiguo, propiedad de otra acaudalada familia neoyorquina. El emplazamiento, que actualmente ocupa el famoso y cinematográfico Empire State Building, configuró la zona como un polo de atracción de la alta sociedad de la época.
Abundando en la cuestión en 1908 se reestructura el trazado permitiendo una mayor anchura en la parte que quedaba al sur de Central Park. Es ahí cuando la Quinta Avenida comienza a adquirir su aspecto actual, pues con la llegada del S. XX desaparecen las mansiones residenciales, comienzan a crecer los rascacielos que otorgan a la Gran Manzana el aspecto que sorprendería a García Lorca (“montes de cemento”, Poeta en Nueva York, 1929). En esa época también comienzan a instalar sus comercios en dicha avenida grandes almacenes como Altman & Co. que llevan a la zona a las mejores firmas de moda, algo que ha llegado hasta nuestros días pues es esa prestigiosa dirección la que establecen como sede principal en la ciudad (y en el mundo) Tiffany, Cartier, Gucci, Chanel, Armani, Escada…
Tiendas en las que merece la pena entrar casi como una visita turística más. Algunas de ellas están dotadas del halo mitificador de haber servido de inspiración y formar parte incluso del título de una novela y una película (“Breakfast at Tiffany´s”/“Desayuno con diamantes” de Truman Capote/Blake Edwards) y otras son casi un parque temático de la belleza con cola en la puerta para acceder y empleados/as que parecen sacados del propio catálogo de la firma Abercrombie & Fitch.
Pero decíamos que nuestro recorrido por la Quinta Avenida daría comienzo por la parte sur, así que nos adentraremos en el parque de Washington Square, con su impresionante arco del triunfo, aunque realmente de parque en el sentido ajardinado tiene poco pues está pavimentado casi en su totalidad, con apenas unos parterres y poco arbolado. Aun así ha servido durante décadas de punto de encuentro y esparcimiento de la cercana comunidad tradicionalmente bohemia de Greenwich Village así como de los estudiantes de la New York University que se asoma al parque por su lado este.
Debe su nombre y naturaleza al arco del triunfo que en honor del primer presidente de Estados Unidos se erigió en la zona para celebrar el primer centenario de la nación, aunque en su día era de cartón y madera y sólo con el tiempo adoptó su actual composición de hormigón y mármol.
Ascendiendo por el tramo inicial de la Quinta Avenida no tardaremos en llegar al cruce de esta vía con Broadway y la calle 23, donde se encuentra el singular edificio Flatiron del que ya hablamos en su momento al recorrer Broadway y por si en su momento no gozamos de sus atractivos, tenemos en la esquina izquierda según subimos por la Avenida el extraordinario gastromercado Eataly, merecedor tanto de visita turística como de parada y fonda para reponer fuerzas o adquirir suculentos manjares de procedencia italiana con los que satisfacer posteriormente nuestro paladar.
A partir de aquí, dejando a nuestra derecha el bello jardín de Madison Square Park (no confundir con el centro de eventos deportivos y musicales Madison Square Garden, continuamos subiendo por la Quinta Avenida mientras vemos como a poco más de media docena de manzanas ya se yergue ante nosotros la imponente mole del Empire State Building.

Hasta que al inicio de la década de los 70 se construyeron las tristemente desaparecidas Torres Gemelas del World Trade Center, el Empire State tuvo el honor de ser durante más de 40 años el techo de la ciudad, recuperando ese título durante la década que ha pasado desde el 11-S hasta el momento en que se culminó la obra del One World Trace Center, o Torre de la Libertad, que con sus 541 metros supera 443 del Empire (incluyendo las antenas de ambos edificios). Ya que citamos la Torre de la Libertad hay que aclarar que su altura se corresponde en pies con la cifra 1.776 que es la del año de la independencia de Estados Unidos de América.
Es recomendable visitar el Empire State ya que a estas alturas habremos estado contemplando su exterior desde un buen número de emplazamientos de la ciudad. Conviene ya que estamos más cerca fijarnos con atención en los detalles de su fachada, con detalles de aluminio alrededor de las ventanas y ornamentos propios de una época que se desmoronó justo mientras se construía el edificio. La obra se inició en 1929, cuando se produjo la gran crisis de dicho año, finalizando en 1931 en medio de la Depresión, lo que convirtió en tarea casi imposible alquilar las oficinas y apartamentos del edificio que pasó a recibir el sobrenombre popular de Empty (vacío) Estate Building.
La historia de la administración del edificio ha tenido múltiples altibajos debido a lo caro de su mantenimiento y al escaso éxito que en ocasiones ha tenido el alquiler de dependencias en el mismo, hasta el punto de que en múltiples ocasiones la salvación para la empresa propietaria ha estado más en los beneficios obtenidos por los turistas que visitan el mirador de la planta 86 que en los propios alquileres de oficinas o apartamentos.
Aunque la subida directa al mirador se encuentra en la calle 34 (como nos indicarán los múltiples vendedores de entradas para visitarlo que encontraremos en las inmediaciones) no deberíamos olvidar acceder por la entrada principal del Empire State desde la Quinta Avenida para admirar el lujoso recibidor art decò en el que un grandioso vestíbulo de mármol rinde homenaje al propio edificio superpuesto al mapa del estado de Nueva York.

Lo cierto es que el propio origen de la denominación “empire state” para referirse al estado de Nueva York son confusos y múltiples historiadores aún no se ponen de acuerdo para explicarlo. Por un lado hay quien defiende que hace referencia a la opulencia del estado, quienes recuerdan que el propio George Washington se refirió a la ciudad como “el trono del imperio estadounidense” cuando recibió las llaves de Nueva York en 1875, pero también quien empleaba dicha fórmula para ilustrar el respeto de sus ciudadanos al imperio de la ley. Tal es la identificación de “estado imperial” con Nueva York que desde 2001 las placas de matrícula de sus vehículos incluyen dicha fórmula, de manera que no es de extrañar esa identificación entre el edificio y el estado, entre el rascacielos y la ciudad que durante cuatro décadas lo ha tenido como emblema.
Una vez sobre Manhattan, tenemos dos opciones para que nuestra vista se extienda hacia un horizonte sorprendentemente lejano: el mirador de la planta 86 o el de la 102. Este último en ocasiones está cerrado (o con una cola lo suficientemente larga como para desalentarnos) por lo que a pesar de que es recomendable que ya que hemos vencido el vértigo lo hagamos a lo grande, si nos tenemos que “conformar” con la opción “más baja” lo cierto es que no nos defraudará en absoluto por lo espectacular de la panorámica.
Especialmente espectacular resulta la vista sur, con todo el Downtown a nuestros pies, y el nuevo perfil de la ciudad con la Torre de la Libertad asomándose a la bahía donde se cruzan el East River y el Hudson, con la Estatua de la Libertad casi indistinguible al fondo. Hacia el norte lo que casi no distinguiremos será la mole verde de Central Park, agazapada tras la jungla de asfalto del Midtown, pero ya tendremos oportunidad de asomarnos al no menos espectacular mirador del Rockefeller Center para deleitarnos con ese panorama.
Sobre nuestras cabezas quedará la antena que pretendidamente iba a servir de punto de atraque para dirigibles y que finalmente sirvió para poco más que para servir de asidero a King Kong mientras luchaba contras los aviones que trataban de acabar con esa octava maravilla del cine.
Tras descender de nuevo a la calle continuamos el recorrido entre tiendas lujosas y establecimientos de souvenirs de la Gran Manzana hasta llegar a nuestro siguiente destino, la Biblioteca Pública de Nueva York, con su entrada franqueada por dos fieros leones de piedra bajo los que salieron corriendo los protagonistas de “Los Cazafantasmas”.

y ese oasis ajardinado que se abre a su espalda, el delicioso Bryant Park, donde podemos descansar sobre su cuidado césped, asistir a representaciones teatrales o talleres multitudinarios de yoga o tai-chi o simplemente sentarnos en sus veladores a esperar que se recargue la batería de nuestro móvil en sus enchufes gratuitos o echar una partidita de ping-pong en las mesas dispuestas bajo el arbolado.

En la Biblioteca, junto a kilómetros de pasillos con abarrotadas estanterías, se almacena desde una copia de la Biblia impresa por Gutemberg hasta una copia manuscrita de la Declaración de Independencia.
Continuando nuestra ruta por la Quinta Avenida recomendamos una pequeña incursión por la zona denominada Diamond Row, en la calle 46 Oeste, repleta de establecimientos de venta de diamantes regentados por judíos ortodoxos. A pesar de su pintoresquismo debemos ser respetuosos con una comunidad que, por lo demás, es muy celosa de su privacidad y por tanto no acogerá de buen grado que nos dediquemos a sacar fotos de sus establecimientos o de ellos mismos mientras trabajan, pero si teníamos planeado adquirir alguna de estas piedras preciosas en las mejores condiciones posibles es el momento de tratar con los profesionales del asunto.
Retornamos a la Avenida y seguimos en dirección hacia Central Park. A la altura de la calle 49 descubriremos a nuestra izquierda la imponente mole del Rockefeller Center, la estatua de Atlas con el orbe del mundo sobre sus hombros y los jardines que probablemente identificaremos con películas navideñas, árbol de Navidad encendiéndose y una pista de patinaje sobre hielo en medio de rascacielos. Vamos a dejar para una siguiente entrega la visita a este complejo arquitectónico y su vecina en la esquina siguiente a la derecha, la catedral de San Patricio, para continuar nuestro recorrido.
Estamos ya a punto de llegar a la esquina de Central Park y el tramo que transitamos es casi el paradigma de la Quinta Avenida. Es donde se concentran las tiendas de moda, joyas, artículos de lujo y grandes firmas a que hacíamos referencia al principio… y muchas más. Un auténtico paraíso para las (y los) amantes de la moda pero las sufridas parejas o los pequeños no tendrán porque deambular a disgusto por estos templos de lo fashion. Justo en la esquina inferior derecha de Central Park, donde la Quinta Avenida deja atrás la cinematográfica tienda de Tiffany & co frente al no menos conocido hotel Plaza, tenemos uno detrás de otro dos iconos que permitirán que el niño/marido no se aburra: la tienda de juguetes más grande del mundo y la tienda Apple más espectacular del mundo.
La primera, F.A.O. Schwartz se hizo mundialmente famosa por la célebre secuencia del piano que se manejaba saltando sobre sus teclas de la película “Big”, en la que Tom Hanks nos hacía sentirnos niños de nuevo. La tienda dispone de ciento de metros cuadrados de exposición de los más variados juguetes para todas las edades, incluyendo una pequeña noria en la que disfrutarán los más pequeños como pasajeros y los más mayores como espectadores.
En la plaza donde se encuentra la entrada a esta tienda tenemos un gigantesco cubo de cristal con un logotipo mundialmente reconocible de una manzana mordida. Descendiendo por una escalera en espiral o por un ascensor transparente con un mecanismo similar al del émbolo de una jeringuilla llegaremos a un enorme sótano lleno de todos esos cachivaches que en los últimos años han cambiado el modo en que nos relacionamos entre nosotros y con la tecnología. Como consejo para quienes se alojen en la ciudad de los rascacielos a una distancia relativamente próxima a esta u otra de las Apple Store neoyorquinas recordaremos que con la debida mesura podemos acceder desde sus ordenadores y tabletas a Internet para efectuar consultas varias en páginas web o incluso a nuestro correo electrónico. En el caso de esta situada bajo el cubo de cristal de la Quinta Avenida en su cruce con la calle 59 Este además tenemos la ventaja de que abre las 24 horas y en esa tranquilidad de la madrugada podremos acceder con más comodidad a un ordenador desocupado.
Central Park ya ocupa el lateral izquierdo de la Quinta Avenida y mientras subimos hacia el final de la isla recordamos que ya citamos esta zona en su momento como la Milla de los Museos: Withney, Metropolitan, Guggenheim, Museo de la Ciudad de Nueva York, Museo del Barrio… el ajetreo de la zona que dejamos atrás queda olvidado mientras los elegantes ediificios residenciales (y lujosos hoteles) que se asoman a esta orilla del gran pulmón de la ciudad nos recuerdan que estamos en una zona exclusiva.
La Quinta Avenida se adentra en el Bronx tras dejar atrás Central Park y sólo queda interrumpida durante cuatro manzanas por el parque Marcus Garvey, más de 80.000 metros cuadrados de zona verde en torno a una colina que hoy sirve de mirador y que es un vestigio del puesto de vigilancia que tenían sobre la isla los primitivos habitantes de la misma antes de la llegada del hombre occidental. El nombre del parque, enclavado en pleno corazón de Harlem, hace referencia a un empresario, editor y periodista cuya contribución fue decisiva en la lucha por el movimiento afroamericano.
La siguiente manzana demuestra que nos encontramos en pleno corazón de la negritud, pues se trata del bulevar Martin Luther King jr. La Quinta Avenida aún continúa una docena de manzanas por Harlem hasta desembocar en el final de la isla, en el río Harlem, por lo que si aún no conocemos esta zona de la ciudad es buen momento para retomar el recorrido que proponíamos en un capítulo anterior.
Por Antonio Rentero
Redactor de Inquirer, Director y presentador del programa “El hombre dos punto cero” en RomMurcia.
Crítico de cine en Onda Regional Murcia, La Opinión TV y Onda Cero
Si te gustó este artículo, te gustarán los del resto de la serie «De paseo por Nueva York»
HARLEM: EL CORAZÓN DE LA NEGRITUD
CONOCER NUEVA YORK CORRIENDO EL MARATÓN