Peaky Blinders, Temporada 5, Elogio a la muerte

Hace ya cosa de un mes que se estrenó en Netflix la tan esperada temporada 5 de “Peaky Blinders”, la ficción británica del momento que tiene en vilo a todo el mundo y que cada vez está ganando más adeptos.

Un servidor se atrevería a aventurar que está empezando a convertirse en un fenómeno de masas como lo fueron “Breaking Bad” (2008-2013), de AMC, o “Juego de Tronos” (2011-2019), de HBO. Y no es para menos teniendo en cuenta el impactante tráiler que nos llegó en septiembre y que confería un tono casi elegíaco a esta nueva entrega de los gángsters más famosos de Birmingham.

Es imposible no emparentar en esta temporada con la situación de Michael Corleone en “El Padrino III” (1990): un hombre que ha alcanzado todo aquello cuanto puede poseer, pero que ahora en la cima, teme perder lo que más ama.

Esto queda excelentemente representado en su primer episodio, en donde nuevamente Steven Knight y su equipo, acampan en el territorio del subconsciente agónico de Thomas Shelby que cada vez está perdiendo más la percepción de la realidad, y como bien reflejan las palabras de su línea más potente: “A veces la muerte puede ser una bondad.”

Y es que este conflicto interno de su siempre carismático y áspero protagonista, comienza a adquirir el carácter de un Rey Lear que desconfía de todos cuanto están a su alrededor; como bien se destaca en la rebelión de Michael, uno de los puntos de giro más drásticos y bienvenidos de esta temporada 5.

Si bien es cierto que continúa cumpliendo su máxima de “la serie que siempre va de lo mismo, pero que nunca va de lo mismo”, introduciéndose en el terreno de lo político, en uno de los momentos más interesantes de la historia contemporánea de Inglaterra y en la personalidad de sir Oswald Mosley, como villano de excepción. Interpretado por un superlativo e irreconocible, Sam Claflin, que no precisa de la violencia directa para salirse con la suya.

En este sentido el reparto vuelve a cumplir las expectativas, en donde la que más brilla sin quererlo es Helen McCrory como Polly, seguida de un Cillian Murphy que lleva a su personaje a unas cotas dramáticas como nunca antes lo habíamos visto, demostrando su gran talento interpretativo, y sin dejarnos en el tintero al siempre soberbiamente frenético y cambiante, Paul Anderson, con la capacidad de pasar de la furia a la desesperación en un abrir y cerrar de ojos, encarnando a Arthur.

La serie continúa moviéndose entre el neonoir, el espionaje, los conflictos histórico-sociales, y la calorífica carga de drama familiar desenfadado propia de su esencia. Es con toda seguridad su temporada más madura y mejor elaborada, pero también resulta trágicamente oscura y fatal. Sin embargo, su cierre no deja de antojarse abrupto, y abusa de un elemento, que si bien la narrativa marca de la casa (con sus ingeniosos giros característicos del proceder de sus personajes) había jugueteado en alguna ocasión, aquí resulta un reclamo de cliffhanger bastante burdo y que desmerece el tramo final de una temporada 5, que aún así, sigue siendo de lo mejorcito de la televisión actual.

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