A PROPÓSITO DE LOS REFRANES, Aprendizaje y valores en la tradición popular española
El miedo es libre y cada uno coge el que quiere: Así comienzo este escrito. Con miedo y esperanza, que es lo último que se pierde. Pues me gustaría quedar bien con todos ustedes, y, especialmente, con Lola Recio, que fue quien me propuso hacer este menester que el lector, o lectora, tiene entre manos. El hombre propone (en este caso, la mujer), y Dios, sin duda, dispone. O lo que nos guíe.
Lo primero que debo decir sobre la mencionada Lola (se llama así, y tiene historia) es que hay razones del corazón que la razón no entiende; y por eso quizá ella me quiere, y yo la quiero y la respeto, claro, pero les debo añadir que la ignorancia, la mía, que demostraré, y la suya, respecto de mis capacidades, que son inmensas, la ignorancia, les reitero, es muy atrevida.
No obstante, me pongo al tajo, y procuro quedar a la altura de las circunstancias. Lo primero es glosarles que «a pesar de que a quien madruga Dios le ayuda», me he dejado para hace bien poco tiempo el escribir este texto, aunque me fue fiado hace meses, por los hechos nos conocemos, de modo que si empezamos tarde la cosa no puede ir bien. Ya se sabe que «las prisas son malas consejeras», y, además, pésimas para salud.
Les expongo unas palabras que recuerdo de mi juventud (todo ocurre en ésta y en la infancia) que son un corolario o resumen de lo que debemos hacer en el día a día. Indican más que un refrán:
«Vida honesta y arreglada,
usar de pocos remedios
y poner todos los medios
de no alterarse por nada».
Eso nos decía, recogiendo la sabiduría popular, la pura sabiduría popular, un médico del siglo XIX que buscaba, como los refranes, la sencillez cotidiana.
Hemos de tomar cada jornada con calma, con tranquilidad. La actitud positiva y sosegada es un antídoto para despejar incógnitas de dolor y de tragedia. También es cierto, al hilo de la necesidad de evitar las prisas y a propósito de los madrugadores, que tampoco conviene correr, pues «no por mucho madrugar amanece más temprano». En consecuencia, puede que, incluso con cierta actitud ventajista, este pequeño ensayo no hubiera quedado mejor.
Por otro lado, me indico a mí mismo que no sé si es bueno ofrecer ese tipo de principios en una conferencia como está, que resultan, por atosigados y francos, tan erráticos e inculpadores. Decía mi abuela que a quien escupe para arriba le cae encima. Espero que no sea el caso. Podemos añadir que todo irá bien, pese a estos despistes o descentramientos. Seguro que contribuyen a lo positivo. Recalcan en la cultura gitana que no son buenos los óptimos inicios. En este planteamiento me puedo cobijar para reflexionar que todo se desarrollará oportunamente, aunque titubee y me muestre inseguro, como ven.
Los últimos, los primeros
Lo que hago yo hoy, medio hablando para mí -nadie me contempla, nadie me escucha-, esto es, sin nadie que me achuche, me lleva a pensar que «competir con uno mismo no es carrera», y heme aquí solo para que ustedes me ponderen. Tengan en cuenta mis circunstancias. Somos nosotros y éstas. Paralelamente, ya les significo que «no valoren mal si no quieren ser valorados» de esta guisa. Tampoco me preocupa quedar regular, pues los últimos pueden que sean los primeros en los Reinos de los cielos, aunque lo relevante, como constatamos, es participar.
Si no termino de calar en ustedes, si me distancio de los objetivos de entretenimiento que me he marcado, yo les debería decir que no tengo que contarles mucho, que no he de ser reiterativo, y, si el panorama empeora, reflexionaré que «a buenos entendedores pocas palabras bastan». Confío en que sea el caso. Esto se contradice con el aserto más moderno de que en toda comunicación el fallo, si se produce, es del emisor.
Sea como fuere, espero que ustedes me griten, cuando acabe, que les ha gustado, y entonces a ustedes, sobre todo a los más rezagados, les diré que «al saber le llaman suerte».
Debo recordar, debería en ese supuesto de éxito, que cuando se me ofreció el reto, le dije a mi bondadosa amiga, a Lola, que «soy maestro de todo», y puede -le añadí, pero confió en que no me lo subrayen)-que «aprendiz de nada».
Lo reconozco. Sí, ha habido algún momento que me he sentido un poco azorado pensando en la responsabilidad de estar ante ustedes, pero «he hecho de tripas corazón», y me he espetado aquello de «a mal tiempo buena cara».
Puede que no les engañe, y, finalmente, no les complazca. Como decía George Washington, «no se puede engañar a todo el mudo todo el tiempo». Estando como estarán de acuerdo conmigo, admitan desde ya que han errado alguna vez en esa actitud de «mal de muchos», pues es «consuelo de tontos». Que no sea la postura de ninguno de nosotros. Todo saldrá oportunamente. Conviene, a mayor abundamiento, que no olviden, si se meten conmigo, que «donde las dan las toman». No permitiré que «del árbol caído hagan ustedes leña».
Es verdad, si estiman que me he metido donde no me llaman, fracasando, que «el que mucho abarca poco aprieta», pero concordarán conmigo «que quien la persigue la consigue». Sin duda, «el que no se arriesga no pasa la mar».
Si mantienen con ese ademán destructivo hacia mi persona -les estoy mirando las caras-, hacia mi quehacer, ilusionado –“ciertamente de ilusión no se vive”-, les diré que «el que ríe el último ríe dos veces», y yo estoy dispuesto a hacerlo el último, esto es, «reír», porque, según subrayan, «es salud». En el peor de los casos, si no triunfo, que no es lo que persigo, en este escenario de «estelas en la mar», me digo que «el saber no ocupa lugar», y algo aprenderé, por necio que pueda ser. No hay experiencia pésima de la que no se extraiga una moraleja.
Por fortuna, no es martes, hoy, que es miércoles, que no es el martes, glosamos, un día no apto o dado a casarse o embarcarse. Por ende, me entrego en mitad de la semana con pericia intentada y sosiego a este menester, pues «nunca se escribió nada de los cobardes». El coraje hace héroes. ¡Espero!
Riesgo
No es fácil ganarse a un auditorio, y menos en los tiempos que corren. Sin embargo, aunque sé del riesgo, «la esperanza es lo último que se pierde», y ahí estoy yo, presto a hacerles felices. Para esos estamos convidados en este planeta. Las Constituciones Liberales solían exponer esa máxima de la dicha. Por eso me encandilan tanto.
A mi juicio, y lo advierto mirándoles de nuevo a los rostros, ustedes pueden hablar porque «ven los toros desde la barrera», que siempre se otean mejor. Pese a todo, ya les avanzo que estoy dispuesto, tras acabar mi disertación –»Solo se vive una vez»- a darme una buena cena de compensación, que, aunque «de grandes cenas están las sepulturas llenas», «las penas con pan son menos». Darse un homenaje es lo menos que uno debe hacer después de exponerse al juicio popular. Como se sabe, «juicios tengas, y los ganes».
«Todo es susceptible de empeorar». Por ende debía callar, pero continúo. Ya sé: del silencio desaprobatorio, pueden pasar a más. Si ustedes murmuran mucho, cosa que pueden estar ya haciendo, tendré presente que «los perros ladradores son poco mordedores»; y, colocando mi objetivo en el futuro, les recuerdo que no se pasen, pues «donde las dan las toman». Asimismo, «quien siembre vientos recogerá tempestades». La premisa paralela es que «nunca llueve a gusto de todos», a la que añadimos aquello de «no juzgues y no serás juzgado». Como comprueban, hay refranes para todos los compases y ópticas.
Lo relevante es el trabajo, y con eso me quedo, sea cual sea su opinión. La faena intelectual, como los menesteres de otra índole, es cuestión de entrega. «Querer es poder», y yo me he propuesto que ustedes se vayan encandilados con esta perorata, que anhelo que les entretenga. Mi sudor me ha llevado. Ahí me he quedado: no hay ni sangre ni lágrimas.
En todo caso, el ser humano se mueve por estereotipos y tópicos. En ellos la materia prima es básica. Rescatemos un sempiterno principio: «Tanto tienes tanto vales». Yo, personalmente, prefiero pensar, como los griegos, que el ser humano es la medida de todas las cosas y que, por supuesto, no somos infalibles, con o sin dinero: «Errar es humano». La riqueza es una equivocada referencia, puesto que la parca nos llega antes o después -«tocamos a una», y lo mejor es que nos pille con los deberes hechos-(no sólo los crematísticos-.
Queridos y queridas, como seguro que saben, refranes hay muchos, muchísimos. Éste es un extraordinario enlace: http://www.refranerocastellano.com/refran2.htm Si miramos en manuales y recopilaciones de Internet, únicamente comenzando por la primera letra del abecedario, esto es, la «a”» encontramos cientos de frases. Entre los posibles ejemplos, los siguientes:
-«A amante que no es osado, dale de lado». La valentía, aquí, como en otras esferas, se glosa fundamental.
-«A Dios rogando y con el mazo dando». Hemos de ser coherentes, que es una actitud muy comunicativa.
-«A golpe de mar, pecho sereno». La vida nos enseña, y hemos de devolverle la formación recibida con gallardía y coraje.
-«A la fuerza, ni los bueyes». Las buenas maneras, como reconocemos, funcionan. Las malas complican todo, y no ahora, siempre.
-«A la que fue flor, algo le queda de olor.» La belleza y las virtudes permanecen, pese al tiempo transcurrido. Es oportuno recordarlo porque no lo visibilizamos así en todo momento.
-«A más oro, menos reposo». No todo es ganar dinero. La dicha debe ser, ante todo, el cimiento. Cuando nos preocupamos de atesorar riquezas no tenemos ni tiempo ni opciones para la felicidad, además de que las posesiones nos enturbian la mente. Todo ha de ser mesurado.
-«A quien cuece o amasa, de todo le pasa». Como a mí. El que intenta mucho mucho rompe y rasga. Es normal.
-«Agua corriente sana a la gente». Éste es un consejo que se tiene en cuenta desde la época medieval, y se puede aplicar incluso a territorios figurados.
-«Amistades y tejas, las más viejas». Lo viejo es más sólido en cuanto a sentimientos y perspectiva. Las relaciones de tiempo son las más fuertes, como es el caso de la teja bien elaborada y cocida, que es conservada a lo largo del tiempo.
-«Aunque tengo malas piernas, bien visito las tabernas». Aunque sobre esto último me gustaba más la canción de mi abuela, seguramente inspirada también en un aserto popular: «A la Iglesia no voy porque estoy cojo, pero al ventorrillo sí voy poquito a poco».
Miles de asertos
Ciertamente, contamos con una ingente cantera de opciones. Podríamos brindar miles de refranes, todos ellos insertos en la más grande realidad, favorecidos por la experiencia, prestos a echarnos una mano amiga, si queremos mirarlos con ojos de niños, esto es, con una cierta inocencia. La existencia humana está colmada de referencias a ellos.
Si seguimos ese periplo, antes enunciado, basado en el orden del alfabeto, les debo decir que a mí, de la a, que decíamos que suponía un inicio más que numeroso, me gusta mucho el de “a las diez en la cama estés, a ser posible antes mejor que después” (es el refrán completo, que no siempre se reseña así). Mi amigo Paco, que es muy suyo, dice mejorar la tradición añadiendo: «y si es posible con una mujer». Bueno, que cada cual coloque a quien juzgue más oportuno, que para eso somos libres. O debemos.
La b también es extensa, y nos apunta, con gracejo, al menos eso me indico a mí mismo, que «bicho malo nunca muere». También aquí hallamos conformistas –«De todo hay en la viña del Señor»– que recuerdan que «burro grande, ande o no ande», si bien otro refrán nos recalca que «bueno y barato no caben en el mismo zapato». Indudablemente, «las apariencias engañan». Como se suele destacar en algún ensayo espiritual existen verdades antagónicas que, pese a serlo, son certezas, o aproximaciones a éstas, como aquella de que nuestro destino está escrito y que nosotros lo escribimos. Son dos obviedades contrapuestas, difíciles de resolver, como lo que hemos determinado con los últimos aforismos.
Lo referido: refranes para y de todos los pelajes y condiciones. Es bueno que sea de esta guisa, pues «nada es verdad ni es mentira: todo depende del cristal con el que se mira». A veces, esa lupa la pone la vida misma, y es cuestión de esperar. «Aguarda sentado, y verás pasar el cadáver de tu enemigo». Lo que tiene que ser ocurrirá, sobre todo si la razón está de nuestro lado, o si confiamos en ello, en ella. La curiosidad, puede que también la confianza, mató al gato. Como constatan, me lío.
La c es otra letra prolífica, y puede que hasta prodigiosa. Nos advierte, entre otros consejos, que «no críes cuervos, o te sacarán los ojos». Asimismo, nos da, este fonema, señales para estimar o no a los demás: «Cree el ladrón que todos son de su condición». Los comportamientos nos dictan mucho qué es de los otros, como son, como podrían ser.
Otro: «Cuando el gato está ausente, los ratones se divierten», si bien éste tendrá que ver con que no hemos elegido bien a los compañeros de viaje. En todo caso, enlaza con aquel que glosa que «el ojo del amo engorda al caballo». Mi querido amigo Jaime Butler lo suele repetir mucho, y con toda la razón el mundo. Por lo tanto, el consejo es que hay que estar encima de las cosas que ocurren para que acontezcan oportunamente, es decir, con una porción de beneficio.
Por cierto, el refranero contribuye, asimismo, a que indiquemos lo que pensamos de la manera correspondiente, de modo que estemos, igualmente, preocupados de lo que decimos y de cómo lo exponemos: «Castellano sencillo, al pan pan, y al vino vino».
Docencia cotidiana
Vamos con más aprendizaje cotidiano. «Cada oveja con su pareja», y que «cada palo aguante su vela». Son dos apuestas, dos consideraciones, dos realidades, con las que convivimos, y, para que funcionen precisan medida, equilibrio. «No todo el monte es orégano», y «cada uno es él y sus circunstancias», que diría Ortega y Gasset. En conclusión, seamos relativos, y no absolutos a la hora de explicitar. Seamos justos, con justicia distributiva, que exponían los griegos, que añadían que «en el medio está la virtud»-(recuerdo que esto último lo decía Aristóteles-.
¡¡Cuánto se aprende con los refranes, con las frases hechas, con las realidades trasladas al ritual popular, a sus voces!!
De la d, proseguimos nuestro periplo, recordemos el «dame pan y dime tonto». No sé si con éste estoy de acuerdo, pues la crisis tiene mucho que ver con esta actitud de mirar para otro lado, de insolidaridad incluso, pero la verdad es que refleja la sociedad actual más que nunca. Hace siglos que anticiparon, estas dos frases, el triunfo de un comportamiento ciego. Con éste, para nuestra desgracia, entronca aquel de «ande yo caliente y ríase la gente», aunque aquí no sólo hay egoísmo, sino conformismo y practicismo. Dependiendo de la ocasión así se puede interpretar.
Y es que para hablar vale mucha gente, pero para desarrollar lo que expresamos hay menos voluntarios: «Del dicho al hecho hay un trecho». Somos lo que hacemos, no lo que decimos ser.
Otro igual de interesante: «Del árbol caído todos hacen leña» -lo he repetido, y no es el único-. Como diría mi abuela, esto es el mismo Evangelio. Dos refranes más: «Donde las dan las toman»-(también reiterado-, y «donde hay patrón no manda marinero». El primero de ambos nos debe servir para cuidar modales e imposturas; y el otro para mostrar una obediencia debida que despeje intentos de gol cuando debemos afrontar partidas vitales más en serio. Sin embargo, es conveniente que pactemos que la «obediencia debida» no debe ser excusa, a mi juicio, cuando están en juego los derechos y libertades fundamentales. Cuidado con lo que realizamos, deberíamos recalcarnos.
Contemos lo que contemos, aprendemos lentamente, y, a veces, poco y mal. El ser humano es, somos, así. Lo que ocurre también es que «de noche –puede que también de día-todos los gatos son pardos» y «nadie escarmienta de experiencia ajena». De ahí que erremos, como humanos, dos veces y tropecemos otras tantas en la misma piedra. Sea como fuere, que es, y con el fin de no temer por nuestras incapacidades, y por si alguien no tiene claro que la vida es fungible, reiteremos: «Dentro de cien años todos calvos». Ponderemos con mesura.
Funcionan los mensajes
«El refranero español labora estupendamente», es decir, funcionan sus contenidos. Lo subrayaba muy a menudo mi recordada Josefa Sánchez Leal, que, por tratarse de una sociedad machista, no me legó ninguno de sus apellidos, pero sí, al menos como modelo, me reportó una fuerza especial como mujer, como persona, como ser de su tiempo, e incluso me mostró ser una adelantada a la etapa que le tocó experimentar.
Antes hablábamos del pavor a la crítica, y ahora, con el propósito de evitar o de mitigar pleitos, les reitero que «Dos no discuten si uno no quiere». Además, «de inteligentes y de sabios es perdonar injurias y olvidar agravios». «Hay que vivir y dejar vivir», si queremos aprovechar ese tiempo que huye, «el tempus fugit». «Solo se vive una vez», y deberíamos saber aprovechar cada segundo. Cuando no lo hacemos es porque desconocemos cómo va esto.
Seguro que la mayoría entiende que hemos de perseguir ritos de convivencia para avanzar por el mundo sabio que nos toca saborear. La prudencia es una virtud. Así comprobamos que «el hombre prevenido -imagino que también la mujer- vale por dos», y que «la paciencia es la madre de la ciencia». La calma es un bien en sí mismo. Para rozarla rememoremos que «la música tranquiliza a las fieras». Probemos, que, a menudo, hablamos pero no ejecutamos.
Dibujemos más actuaciones en positivo. En la existencia hay que ir poco a poco: «Más vale maña que fuerza», y también «más vale pájaro en mano que ciento volando». Conviene ser realista y practico. En el mundo competencial en el que estamos «el que no corre vuela», y hay quien se mueve «a la chita callando». Por lo tanto, estemos pendientes del devenir, del presente y del futuro, que «el que no tiene cabeza ha de tener pies». Dediquemos horas, días, a mejorar, antes que a estar conminándonos a encontrar intervalos para subsanar errores o faltas cometidas por acción y/o omisión, como dice el Derecho Civil.
Tampoco estemos apenados por los errores. Es normal que sucedan: «El que tiene boca se equivoca”. Miremos con perspectiva, puesto que “el que se pica ajos come”, y, por otra parte, siendo incluso lógicos, “no hay mal ni bien que cien años dure, ni quien lo pueda aguantar”. Además, “todo sucede por algo”.
Habrá quien diga, ante mis aseveraciones, que “el que no se consuela es porque no quiere», pues «el tiempo», sumarán otros, y podemos añadir sin vacilar desde aquí, «todo lo cura y todo lo muda». Hay que ver el resultado del encuentro deportivo cuando se ha agotado el cronos, y no antes, salvo para hacer balances que permitan transformarnos con una diáfana mejoría. Cuando menos, ésa ha de ser la esperanza.
Consejos
En esta demencia en la que nos hallamos mi consejo es «haz el bien y no mires a quien». La bondad se exporta y se multiplica. Sabemos que «una cosa es predicar y otra dar trigo», por lo que hemos de desarrollar el esfuerzo de progreso. Podemos ser felices y compartir la dicha con los otros.
En la historia personal y colectiva, el factor suerte es fundamental: «Unos nacen con estrella, y otros estrellados», sustenta el conocimiento del pueblo. Por eso hemos de colaborar con los que menos poseen, pues les hemos superado en azar por unos imponderables que no se pueden enumerar. Distinguir esto es ser justos con el destino, que, como dijimos, tiene sus caprichos.
No critiquemos porque sí, tan sólo por hacer daño. Divisemos con suficiente óptica: «Hay quien ve la paja en el ojo ajeno, y no la viga en el propio». Me acuerdo del profesor Farias cuando repetía que «le decía la sartén al cazo: Apártate, que me tiznas». Así es el ciudadano, o la ciudadana, hoy en día igualmente. La crisis nos debe impeler a cambiar ese paradigma. No obstante, resaltemos, porque es verdad, que son muchos los que ayudan al prójimo como a sí mismos. Son óptimos comportamientos que no siempre descuellan, porque «las malas noticias son las buenas para los periodistas». ¡Menuda paradoja!
Seamos también eficientes. Hay que rentabilizar comportamientos que no manejamos, y hemos de procurar no penar ni hacer daño a los demás. Tengamos muy presente que el ser humano es muy olvidadizo. Lo somos. «Hazme ciento, pero no me hagas una, que no me has hecho ninguna». Somos así de poco leales en algunas ocasiones. Reflexionemos sobre «ten buena fama y échate a dormir, pero como la tengas mala te puedes morir». Oteemos con ese eficaz análisis, pero sin ahogarnos. Hay oportunidades en que uno debe hacer cantar, como Alaska, aquel ¿A quién le importa?.
También es un hándicap que «unos tengan la fama mientras otros cardan la lana». Aun así me arriesgo cada día. Es un compromiso: «El que no se atreve no llega a la mar». Disfruto con las metas cuando salen las cosas. Es normal. Nos pasa a todos. «Nunca se escribió nada de los cobardes», aunque éstos, si ganan, escriben la historia, su historia. Al hilo de esto son muchos los que, en aras del cacareado practicismo, elevan la frase de «una retirada a tiempo es una victoria», la cual alberga distintos perfiles.
En cuanto al riesgo, hemos de tener en cuenta que «tanto va el cántaro a la fuente que se rompe». No obstante, hemos de advertir templanza. Sencillamente hemos de apuntar la prudencia y equidistancia que ya enumeramos más arriba.
A todo esto, debería reconocer que he errado: la petición antedicha en los albores de esta exposición, esto es, cuando aludía a quién me animó a estar en este desaguisado, que entraña mucho riesgo, mucho peligro, y es verdad, no debí hacerla: nos recuerda la sabiduría popular que «se dice el pecado, pero no el pecador». Lo siento, Lola. ¡Perdón!
Además, cuando uno se enfrenta al público debe tener bien claro que «para gustos hay colores». Con ese pensamiento apartamos muchas oscuridades, tras las cuales, como comprobamos, siempre hay luz, como tras el túnel, parafraseando otro equipaje intelectual popular. En paralelo debemos saber, por experiencia, que «para coger peces hay que mojarse el culo”» ¡Miren qué directo es el lenguaje del pueblo! ¡Y qué sabio!
Cuando uno se mete en un berenjenal como éste se da cuenta de que «nunca digas de este agua no beberé». Las pausas valorativas nos llevan a resaltar la necesidad de la prudencia: «no debemos vender la piel del oso antes de cazarlo». No lo he hecho, y no he cantado, antes de tiempo, victoria.
Cuando la complejidad crece y crece, podemos gritar que «sarna con gusto no pica», y hasta debemos repetirlo una y otra vez. Esto, si aludo de nuevo a mi presencia esta tarde aquí, que puede ser caótica y poco edificante, me lo he buscado yo, y punto. No puedo echarle las culpas a nadie.
Ir poco a poco
En definitiva, les confieso que, «piano piano se arriva lontano», come dicono gli italiani -poco a poco se llega lejos, según el refrán italiano-: sí, me he dispuesto paulatinamente, y miren dónde he llegado: «Un dedo no hace mano, pero sí con sus hermanos».
Siempre he pensado que «ocasión perdida no vuelve más en la vida», y por eso he intentado, cuando menos, aprovechar esta oportunidad. No obstante, pienso que, «si no he estado a la altura de las circunstancias», siempre habrá otra ocasión. ¡Confío!
Quienes me conocen saben que me he habituado a ser así. «Somos animales de costumbres». Cada vez que afronto una tarea la considero relevante, la más importante, en todo caso, de la etapa vivida, y como tal la desarrollo: «No hay enemigo pequeño». Todo cuenta. Me gusta colocar «primero la obligación que la devoción». Y «como lo prometido es deuda», no les he podido fallar -no he podido, Lola-.
Bueno llego al final. Ya saben que hay que «principiar bien y terminar mejor». Tengo una ventaja: no he mezclado lo incompatible, y no me he metido con cuestiones esenciales que nos pueden, o podrían, llevar a la discusión imparable, como podría ser el caso del fútbol. He intentando cumplimentar la frase siguiente: «Suegra y nuera, perro y gato, no comen en el mismo plato». No me he fundido ni con el misterio. He procurado, ante lo complejo, «tirar balones fuera». He intentado, asimismo, que ninguno de nosotros fuéramos esos personajes del refrán, ni siquiera de manera sobrevenida. Creo que he logrado «no mezclar el agua con el aceite», como nos pedían nuestros ancestros, para que no surjan inconvenientes insufribles.
Gracias, queridos amigos, queridas amigas, por su paciencia infinita. Les tengo que decir que ha sido un placer inmenso estar con todos ustedes. Ha sido un corto, pero intenso viaje. Lo bueno de estas travesías intelectuales es que abren las ventanas y se tercian infinitas, como diría el poeta Rosales. Seguro que así es. Nos vemos por el camino. Nos conoceremos, en él, un poco mejor.
Como me gustan las despedidas alegres, concluyo con una frase de Mario Benedetti: «Se despidieron y en el adiós ya estaba la bienvenida».
¡Hasta siempre!