Huyamos de lo absoluto. No existe en la mayoría de los casos, como referimos a continuación. El concepto de fortaleza, como el de debilidad, es relativo. Supongo que todo lo es.
Es cierto que en la vida diaria nos hallamos ante numerosas situaciones donde no siempre tenemos claro el parecer y el paragón para meditar y valorar los diversos hechos que tenemos que afrontar. Lo que para unos es fortaleza para otros puede ser una barbaridad; y lo que en ocasiones puede presentarse como una debilidad seguro que hay muchos que lo ven como una oportunidad para aprender incluso de los fracasos o de las faltas de capacidad.
Se suele repetir que la cesión es una actitud muy comunicativa. Cuando cedemos, y más cuando tenemos una situación prevalente, nos acercamos a los demás en una postura que busca la concordia y la cercanía, que son también dos manera de ver con eficiencia el proceso de intercambio de información, de relación y de negociación. Los puntos de intermediación producen más actividad de diálogo, tan preciso éste para avanzar, para conocer, para dar con las claves de los más óptimos propósitos.
En las etapas que nos tocan vivir, que siempre ponen en cuestión algunos conceptos y comportamientos, hemos de mantener la máxima de ser fuertes ante los avatares, incluso ante aquellos que no comprendemos. No siempre hay un motivo evidente, o no siempre se ve cuando lo necesitamos, aunque esté ahí. Debemos darnos tiempo para ello. Poco a poco llegan las explicaciones.
Sea como fuere, el mejor ademán viene de ser capaces de adaptarnos, de amoldarnos, de interpretar entre líneas e incluso fuera de ellas para actuar en consecuencia. Las eras avanzan (de esta guisa debemos vislumbrarlas), y con ellas se transforman las circunstancias, el medio ambiente, aquello que nos rodea, esto es, sus condicionantes. Hemos de saber desarrollar las estrategias que nos conduzcan a sacar el máximo partido de lo que suceda, y, fundamentalmente, debemos intentar ser felices con lo que obtenemos, con lo que somos.
Recordemos que no hay mayor regalo que el que proviene de ser hábiles para optimizar lo que conseguimos sin que nos sometamos a sacrificios inútiles ni a la esterilidad de sufrir por lo que podemos alcanzar o no. Hemos de ser dichosos con lo que se nos presenta. Exprimamos el día a día con su afán. Esa mirada comporta fortaleza y dinamismo.
Nos debemos sentir encantados con la magia de estar vivos, que no siempre percibimos como un milagro maravilloso. Tenernos, andar cada jornada, disfrutar las horas regaladas, incluso con sus carestías, enfrentarnos a lo que es y a lo que no aparece, vivir en definitiva, hasta en lo nimio, en lo rutinario, es ya, en sí, un acto de fortaleza. La debilidad vendría de no divisarlo así, de no poder deleitarnos con lo que somos.
Somos iguales
El débil se considera más que los demás, imaginamos que por sus propias inseguridades. Estaría en esta misma categoría el que no sabe, o no hace realidad, que hemos de ser fuertes con los fuertes y frágiles con los que albergan menos energía. Debemos tratarnos entre iguales, con respeto, con ética, desde la óptica democrática que pide equidad y una especial contemplación con los peor tratados por el destino. El bienestar lo es si se concibe mancomunado.
Las descomposiciones y modificaciones societarias sacan del ser humano lo mejor y lo peor. Está en nuestras manos que así sea. Hemos de barajar las opciones con cordura, con meditación, con sagacidad y bondad, con amor. Los trechos que podemos caminar en común son más o menos densos o profundos, más o menos largos, en función de la dosificación de las fuerzas que imprimimos con constancia. Otear a medio y largo plazo es una sugerencia que hemos de desarrollar en aras del conjunto de la ciudadanía.
Pasemos, pues, de los ambientes opresivos que nos hacen marchar con celeridad o con una parsimonia excesiva. Nos debemos dar tranquilidad y sosiego, al tiempo que nos hemos de entregar a la paciencia, que también es un símbolo de fortaleza, y a la solidaridad, que es renuncia, que es compartir, que es poner nuestro ritmo y nuestros recursos y posibilidades al servicio de los demás. Para algunos esto que reseñamos se puede interpretar como una gran debilidad, si bien es todo lo contrario.
Convendría pensar que en alguna parte se escribió que los débiles son bienaventurados y que los últimos serán los primeros. Decimos que son bienaventurados porque podemos identificar la consideración y/o planteamiento de debilidad con la calma, con la pobreza, con la carestía, con aquellos que tienen hambre y sed en lo figurado y en lo real, con los perseguidos, con los que han perdido casi todo, con los que caen, con los que se hallan sin fuerzas por millones de motivos…
Algunos parecen intuirlo. Otros deben reflexionar un poco más. Fortaleza y debilidad es, cuando menos, una cuestión de VALORES.
Juan TOMÁS FRUTOS.
Periodista.
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