La existencia son gotas en el mar. Contienen la información del infinito, pero pasan desapercibidas en la inmensidad de la Creación. Conviene pensar en ellas cuando nos sentimos importantes, que puede que lo seamos un tanto, o no, en nuestras actividades cotidianas o en las relaciones personales y/o profesionales. ¡Todo es tan relativo!. Lo advertimos, de vez en cuando, cuando echamos en falta a alguien que fue fundamental en nuestras vidas, cuando caemos en la cuenta de ausencias que han permitido que todo siga, más o menos, igual de bien o de mal. No hay valores absolutos, aunque, como todo, habrá, se presentan, excepciones.
Por eso precisamente hemos de navegar por aguas queridas, sin turbulencias, prestos a sonreír a cada paso, sacando partido a las buenas acciones, y no zozobrando por nimiedades. No olvidemos que el día se nos entrega limpio desde la llegada de los primeros rayos de Sol. Es aquí donde nos hemos de divisar vivos. Es el primer paso. No debe haber temores. Nos debemos preparar para intervenciones naturales, sencillas, para lo que venga. Somos gotas que han de buscar la mansedumbre, el aprendizaje, la creencia en lo positivo.
En consecuencia, actuemos permitiéndonos el sosiego que nos refuerza en las pequeñas actividades, y, por supuesto, también en las grandes. No apostemos por la espera: tampoco por las prisas. Nos acercaremos cada jornada a la responsabilidad que toque, como corresponda. Tenemos capacidad para adaptarnos, para modificarnos, para ser nosotros mismos. Lo demostraremos.
Haremos que cada segundo sea importante. Evitaremos a los que hacen ruido y a los que dan clases sin tener espíritu de hechos fehacientes. Nos brindaremos acuerdos: los primeros, con nuestros corazones. Estaremos en la vía más dinámica. Cultivemos sin pedir nada a cambio. Así funcionan las cosechas de larga duración, sin plazos.
Cumpliremos, en paralelo, con las intenciones buenas, así como con los sueños que nos mejoran. Hemos de aceptar la oferta del alba, que, sin hablarnos, nos comunica las perspectivas altas. Con estos pensamientos saldremos a la calle, y, con ingente contento, avalado por el milagro existencial, nos daremos un baño de Humanidad. Precisamos realizarlo recurrentemente.
Asimismo, hemos de estar coordinados en la diversidad. La belleza de lo humano es reconocernos siendo diferentes. Todos aprendemos de todos: el afán ha de ser compartir. Debemos intentar saber que el día es lo que es, pero nunca malo. Tampoco es una jornada más. Es cuestión de mirarla cara a cara, como si fuera la primera o la última, con sus renovaciones, con sus tentaciones, con sus claridades, olvidando las penumbras que nos pueden hacer tanto daño. La postura es no permitir que nada ni nadie nos rompa.
Reconocer la suerte
No siempre percibimos el azar de que lo importante en lo básico vaya bien. Nos quedamos en nimiedades que nos hacen trastocar el tiempo. No debe ser así. Hemos de ponderar cada segundo, todos los instantes. En unos aprenderemos, en otros nos equivocaremos, en los más nos cansaremos, nos reiremos, y hasta correremos: en definitiva, nos embarcaremos en lo cotidiano. Así es, y así debe ser. Sin duda, una suerte.
Además, las sorpresas se producen en la rutina. Son el encanto de cuando en cuando en nuestras particulares historias. Por lo tanto, la propuesta es tener el corazón abierto, y ponernos a jugar. ¡Adelante, señoras y señores! Las gotas se han de convertir en lluvia, esencial para la vida, para la naturaleza, para prosperar, para detallarnos. Lo más pequeño puede ser, es, esencial. Es cuestión de quererlo ver.
