HUBO UN TIEMPO PARA CADA COSA, EN EL QUE TODO PARECÍA ESCRITO…, ¿RECORDÁIS?
Ella se levantó y dijo: ya no me pongo más faldas muy por encima de la rodilla.
– ¿Por qué? – le preguntaron.
– Pues… porque ya no está bien que vaya tan corta, ¿no?
– Y, ¿dónde está escrito eso?
Han pasado diez años de esta conversación y Laura sigue llevando minifaldas.
Lo hace a propósito, sabe que le quedan bien y, cada vez que se las pone, sonríe más.
Yo no sé por qué lo hace; creo que se acuerda de aquella vez que alguien le debió insinuar que «ya no tocaba».
Los abuelos de Álvaro residen en Bruselas, allí acostumbran a salir de noche para hacer vida social. Están en nuestra ciudad pasando unos días y no entienden por qué los abuelos de España no salen por los bares.
– ¿Tenéis una edad límite para salir?
– No, es que aquí los mayores cuidan a los nietos.
Pilar ha cambiado a su novio de cuarenta por uno de veinticinco años.
– ¿No estarías mejor con un hombre más maduro?
– Puede ser – me dijo – pero para estar con un inmaduro de cuarenta, me quedo con mi chico de veinticinco.
La encontré en un bar al que suelo ir sola.
– Me siento contigo – dijo Álvaro – me da pena que estés aquí sola.
– ¡No! Ahora no… – pensé, antes de asentir con un – Qué bien, encantada.
Se marchó con sus abuelos y yo me quedé saludando a Pilar, que esperaba en una mesa para dos.
Por el cristal que daba a la calle, vimos pasar un par de piernas largas. Era Laura, con minifalda.
Cynthia G.E
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