Alrededor de unos 100.000 habitantes convierten esta zona de Manhattan en el mayor enclave de población china del hemisferio occidental, aunque no es el único foco donde se localiza la población de este origen en Nueva York pues existen otros barrios donde se han concentrado en gran número, como en algunas zonas de Brooklyn y Queens o últimamente en zonas de Harlem. En cualquier caso Chinatown cuenta con una tradición de siglos en cuanto a acoger residentes procedentes no solo de China sino también del resto de Asia.
Y es así desde mediados del siglo XIX cuando comienzan a llegar a Nueva York los primeros inmigrantes de esta nacionalidad, encargados al principio de negocios relacionados con la venta de cigarros (llegando casi a ser un monopolio) además de hacerse muy populares llevando tablones de anuncios ambulantes. Son muy pocos aún hasta que en 1882 desaparece la legislación que limitaba su llegada al país pasando en menos de tres décadas de apenas 200 a más de 7.000.
A partir de 1965 la población se multiplica hasta llegar a los niveles actuales gracias a la reforma de las leyes de inmigración que hacen que a partir de los años 90 la zona geográfica que ocupa Chinatown no sea suficiente para albergar en su totalidad a la comunidad, que comienza a asentarse en otras zonas de la ciudad como las mencionadas anteriormente.
La organización de la creciente sociedad china está fuertemente vinculada con los tongs, una peculiar mezcolanza entre asociación vecinal, gremio profesional y mafia criminal que en sus inicios trata de proveer protección a los residentes a causa del fuerte sentimiento antichino de finales del XIX, proveyendo asimismo de préstamos a aquellos que inician un negocio.
Esta es la razón de que Chinatown sea hoy un barrio populoso, completamente repleto de establecimientos muy orientados a los productos y servicios que consume esta comunidad, pero sin dejar de atender la demanda de aquellos que llegan a la zona atraídos, como no puede ser de otra manera, por la popularidad de las imitaciones de todo tipo: relojes, bolsos, perfumes, joyas… fue durante décadas un barrio dedicado a autoabascecer a la población china pero que nunca olvidó la pulsión comercial que con el tiempo ha llevado al país a ser una potencia mundial en la fabricación y el comercio.

Geográficamente para recorrer Chinatown debemos tomar como eje vertebrador la calle Canal, donde encontraremos el gran mercado del mismo nombre donde poder conocer variedades vegetales de la más diversa naturaleza.
Será una constante al sumergirnos este barrio encontrar multitud de establecimientos dedicados a la alimentación, siendo merecedores de nuestra atención muchos de ellos. No todos se harán notar con exuberantes y exóticos expositores ubicados en la misma acera o con vistosos escaparates. Habrá que prestar cuidado porque algunos de los más importantes establecimientos de venta de pescado o carne cuentan con una apariencia exterior discreta pero en el interior del local podremos deambular entre contenedores llenos de pescados y crustáceos, en muchas ocasiones vivos, que sin duda resultarán atractivos.
Para amantes de la cocina oriental que deseen probar nuevos sabores casi cualquier restaurante que nos encontremos puede ser una buena opción para descubrir platos sabrosos teniendo dos precauciones: casi ninguno admite tarjetas de crédito y por si la mala suerte nos llevase a algún establecimiento de los que nunca se llevarían una estrella Michelin más vale no empezar pidiendo el menú completo sino tan solo la especialidad de la casa después continuar en otro restaurante. Dejémonos llevar también por el espíritu de aventura que debe acompañar a todo viajero puesto que no veremos en la carta ningún plato que nos sea conocido por lo que en occidente se ha popularizado en los habituales restaurantes chinos. Los más cautelosos pueden tomar la precaución de hacer uso de algún protector gástrico por si acaso pero ¿quién dijo riesgo habiendo hospitales?
Si no nos causa problemas éticos y tenemos interés en comprar alguno de los casi infinitos productos de imitación, por buenos y baratos que puedan llegar a parecernos los que se muestran en los escaparates, conviene tener bien claro que la mercancía de calidad siempre estará en la trastienda.

No debemos tener recato alguno en adentrarnos en el establecimiento, y si además estamos buscando algo concreto conviene especificarlo porque probablemente nuestra petición será solícitamente atendida. Nunca hay que olvidar que en esta cultura el regateo es un arte, se espera que incurramos en él y que un precio adecuado, por ejemplo, para un reloj o un bolso ronda los 50 dólares aunque inicialmente se nos pida varios cientos de dólares. Como siempre en estos casos hay que recordar no cegarse con la primera ganga que creamos haber encontrado, siempre estaremos a tiempo de regresar a la tienda donde la descubrimos en caso de que en otras no esté o no logremos un mejor precio.
La compra en sí puede encerrar algún elemento que a los más timoratos podría llegar a intimidar, como el hecho de que te hagan pasar a una trastienda, que un misterioso ayudante desaparezca tras una cortina y al cabo de un rato aparezca con unas cajitas o unas bolsas que contienen justo lo que habíamos pedido. O que tras preguntar por un modelo concreto nos pidan amablemente que salgamos de la tienda y acudamos a un cercano callejón o un portal. Actuemos con naturalidad. No vamos a terminar desangrados en un callejón echando de menos nuestros riñones, disfrutemos de la situación para luego poder relatar la anécdota, que en esta vida la mitad de la diversión es vivirla y la otra mitad contarla. Tan solo nos llevan a un lugar más discreto y menos relacionado directamente con la tienda para mostrarnos un catálogo de bolsos o de relojes, algo comprensible por la persecución policial al comercio de falsificaciones. Antes de pagar es recomendable comprobar con calma y cuidadosamente que todos los mecanismos y botones del reloj funcionan correctamente y que las cremalleras, asas y adornos del bolso no se desprenden con mirarlos. En contadas ocasiones puede suceder que quieran darnos gato por liebre pero por regla general las imitaciones que compraremos a precios irrisorios son de una calidad sorprendentemente buena.
Tampoco debemos perdernos algún establecimiento dedicado a la venta de joyería, no tanto las tiendas asimilables a lo que entendemos en occidente por una joyería al uso como algo similar a un mercado, locales situados en la planta baja con múltiples puestos perteneciente a una variedad de joyeros y artesanos independientes que en su pequeña área de trabajo permiten descubrir el trabajo de minuciosos y habilidosos orfebres y gemólogos así como talladores de marfil o jade que exponen sus productos en recoletos escaparates mientras podemos deambular casi alrededor de sus bancos de trabajo.
Visitar sitioLos puestos callejeros de la zona son también buen lugar para encontrar los típicos souvenir neoyorquinos (imanes, tazas, camisetas con el I LOVE NY…) a precios algo inferiores a las tiendas de las zonas más turísticas
Todo esto lo descubriremos dejándonos llevar sin temor por el azar, subiendo y bajando por las calles y callejuelas transversales a Canal St., donde muy cerca encontramos el llamado Muro de la Democracia donde a modo de pasquines se colocan hojas informativas sobre la actualidad en China.
La zona, junto con la vecina Little Italy, está considerada Distrito Histórico en el Registro Nacional de Emplazamientos Históricos de los Estados Unidos de América, lo cual se debe esencialmente a que gran parte de la configuración urbana se ha mantenido casi inalterable desde hace más de 100 años. No muy lejos de Canal St. está Columbus Park, única zona ajardinada del barrio en la que asistiremos a las típicas partidas de mahjongg, go y demás juegos chinos.
A dos manzanas y en dirección hacia la subida al puente de Manhattan, desde el lateral izquierdo de la calle Pell nos adentraremos por una sinuosa callejuela, Doyers St. conocida popularmente por Bloody Angle, Esquina Sangrienta, debido a la gran cantidad de ocasiones en las que su retorcido trazado fue empleado para mortales emboscadas en los turbulentos años 20. Nos parecerá estar casi ante un decorado hollywoodiense pero las muertes que tuvieron lugar durante años en ese lugar no pertenecen a ninguna película sino a la sórdida realidad que este barrio, por fortuna, hace mucho tiempo que ya ha dejado atrás.
Los que nos rodean en esta zona no suelen ser los edificios más espectaculares sino, al contrario, los de aspecto más humilde y convencional, ocultos en muchas ocasiones entre llamativa cartelería en una barriada donde todo parece estar en venta y casi no creeríamos que detrás de tal profusión de publicidad, anuncios y rótulos, realmente vive alguien. Otros, más modernos y sin duda adoptando una configuración más vistosa y atractiva que el turista pueda identificar con la estética china, están presentes buscando esa vistosa complicidad con la tradición que probablemente no necesita de un reclamo tan explícito para resultarle atractiva al visitante.
La expansión de las etnias buscando la integración en un caso y la consolidación territorial en otro ha permitido que gradualmente Chinatown haya ganado terreno frente a la vecina Little Italy, que cada vez es más Little pero nunca ha dejado de ser Italy. Pero esto ya será objeto de nuestra próxima entrega.
Por Antonio Rentero
Redactor de Inquirer, Director y presentador del programa “El hombre dos punto cero” en RomMurcia.
Crítico de cine en Onda Regional Murcia, La Opinión TV y Onda Cero
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