Lo cantaba Pablo Milanés desde un disco en directo de 1979 o similar, donde supimos de una gente que se llamaba La Nueva Trova Cubana. Eran cantautores, como los de aquí, pero con la revolución hecha y sus muertos convertidos en héroes. Así que muy pronto, Salvador Allende o Amanda, la novia onírica de Víctor Jara, formaron parte de una época donde los cantautores decían verdades como puños, con el puño o desde el puño.
Cantautores que en sólo unos años pasaron de llenar estadios y ser protagonistas del pueblo unido jamás será vencido, a caer donde habita el olvido en cualquier garito de la España de la Chica de ayer. Sin embargo, ahora que no puedo pisar las calles nuevamente y Aute se asoma al recuerdo de mi tiempo vivido, siento que es el momento preciso de muchos artistas y de tantas canciones que acompañaron instantes felices y de los otros. Personas que tocaban una guitarra y viajaban con un saco de canciones a cualquier local, teatro o universidad de España.
Extraordinario Pablo Guerrero, que cantaba Dulce muchacha triste, donde había una chica que tenía una mirada donde no había un Vietnam. Extremeño, igual que Luis Pastor. Poemas con letras de Blas de Otero en la voz llena de cigarros de Paco Ibáñez. Artistas universales, como Hilario Camacho o quienes crearon un inolvidable viaje al fondo de la mina asturiana, en la Planta 14 de Victor Manuel.
La escuela francesa nacida en Caravaca, dentro del melisma inimitable de Mari Trini. Y las canciones llenas de luz que cantaba Cecilia, antes de dejarnos en la cuneta del recuerdo. Y junto a todos ellos, cantautores con la inspiración del viaje a Itaca. Un mar que sonaba catalán en las impecables composiciones de Lluís Llach, Pí de la Serra, Ramón Muntaner, Joan Bautista Humet, o Jaume Sisa. Y Serrat, siempre Serrat, que nos bañó de Mediterráneo para siempre en todos los idiomas.
En Baleares cantaba María del Mar Bonet como si un pájaro del paraíso se le hubiera colado en la garganta. Y entre Andalucía y Madrid, donde la Nacional IV y la Estación de Linares-Baeza se impregnaron de canciones de Cádiz a Malasaña, se abría la caja de las emociones con las coplas de Carlos Cano, el fuego de Javier Ruibal, la seda vocal de Juan Antonio Muriel, el pellizco rockero de Antonio Flores y la combinación precisa de golpes, caricias, navajazos a media altura y palabras a la medida de la memoria colectiva, con las canciones de Joaquín Sabina.
Cantautores de pelo largo y recorrido incierto. Noches inolvidables en los garitos escuchando la estremecedora poesía de Chicho Sánchez Ferlosio, los dardos certeros de Javier Krahe desde la atalaya profunda de su voz. El Rastro de Patxi Andión, los caminos de libertad de Labordeta y Elisa Serna. Y la pierna apoyada siempre en una silla, donde Raimón cantaba Al vent.
Así que, desde el sitio donde aún tenemos los abrazos cautivos y en homenaje al recuerdo de Luis Eduardo Aute y de los que tampoco están, regreso a los cantautores, porque la poesía es un arma cargada de futuro, queda la música y las Paraules d´amor son sencillas y tiernas. Que haya alivio.
Y UNA PLAY-LIST DE CANTAUTORES (ni todos los que son, no todos los que están)